José Luis Martínez es más bueno que la madre Teresa de Calcuta. Discreto. Silencioso. Casi transparente. Pasa desapercibido porque su única misión es ser la sombra de Marc Márquez y que ni le vean, ni le oigan, ni le noten. Pero está. Y, pese a que es cierto que en el equipo del nuevo pentacampeón del mundo y el tricampeón de MotoGP más joven de la historia, jamás se habló ni planeó conquistar el cetro ayer en Motegi (Japón) «porque nadie cree en los milagros», José Luis no pudo reprimirse y, de camino de la parrilla, a eso de las 13.25 horas, acercó sus labios sellados al oído derecho de su piloto para decirle: «Recuerda, por si pasa algo, Álex (Márquez, el hermanísimo) y yo estaremos en la curva tres».

Y ocurrió. Se dio la carambola. Se produjo el imposible. Ocurrió el milagro. Porque hubo milagro, y grande, de lo contrario Márquez no le hubiese dedicado este gran título a su abuela Sole, que murió este mismo año, aquella que le decía «ten cuidado, hijo, no corras, pero pelea por lo tuyo y empuja que no hay nada imposible». Sole, la madre de papá Juliá, la esposa del avi Ramon, aquel que cuando Marc le presentó su burra del 2014 le dijo: «Hijo, ¿no será demasiado para ti?»

Claro que si vemos la biografía, las estadísticas, los récords (todos de precocidad) que posee Márquez, el hombre que empieza a sonar como sustituto de Rafael Nadal, Pau Gasol, Andrés Iniesta o Fernando Alonso como embajador del deporte español por el mundo, nada de lo sucedido ayer debería extrañarnos.

Es más, si no hubiese ocurrido en la tierra honrada por el nen de Cervera con un casco en el que homenajeaba al popular gatito Maneki Neko («me ha traído suerte, igual no me lo quito»), hubiese sucedido siete días después, es decir, el próximo domingo en Phillip Island. Desde que Rossi, que ha vuelto a perder y lleva siete años sin título, le amenazó, le declaró la guerra, Márquez y los suyos, una tribu mucho más noble que la del Doctor, se confabularon para ganar, pese a quedar estupefactos cuando probaron la Honda en febrero pasado.

Alguien que es el más joven en todo, que llega al paraíso de Rossi&Cia y le roba las llaves el primer año, se convierte en el rey más joven de la historia, repite título un año después con 13 victorias en 18 grandes premios y, tras el bache sufrido en el año 2014 («insistí en el puerta grande o enfermería, y me equivoqué, pero aprendí»), se viste con la camiseta con un gigantesco «¡choca esos cinco!», es alguien muy grande que será el monarca de las dos ruedas de este siglo.

TRES EN CUATRO AÑOS

Alguien que deja pequeño al mítico Mike Hailwood, al que supera por casi un año como el tricampeón de la categoría reina más bambino de la historia, que fuerza al Doctor a correr más de lo que sabe, puede y debe para perseguirle ¡y se cae!, que gana tres títulos grandes en sus primeros cuatro años en MotoGP (lleva cinco títulos en los últimos siete años), que es, ¡ojito al dato!, el único piloto de los 85 que participan en las tres categorías que no ha hecho un solo cero esta temporada, merece que se abran las puertas del cielo y que la abuela Sole bautice de gloria a su nieto mayor.

Márquez, que ganó y se coronó en el único circuito del Mundial en el que aún no había triunfado con su poderosa Honda RC213V, forró de gloria el traje que Takahiro Hachigo, el ser superior de Honda, es decir, el jefe máximo, lució en el podio para recoger la copa de ganador. Porque ayer, frente a 88.472 japoneses, el mundo supo que un grupito único de españoles, cuyo cachondeo en días que no hay carreras haría palidecer a los disciplinados alemanes o los rigurosos japoneses, tunearon lo que muchos creían la máquina perfecta hasta hacerla digna de un tricampeón.

Los mismos que creyeron que el milagro era imposible en Sepang hace ocho meses fueron los primeros que se pasaron el tiempo buceando en los ordenadores, analizando las telemetrías, manchándose las manos de grasa y convirtiendo un podenco en el mejor pura sangre que ha habido en la historia de la MotoGP.

EL ESMOQUIN

Alguien que gana cinco carreras (Argentina, Austin, Alemania, Aragón y Japón), que puntúa en todos los grandes premios (en Le Mans llovió, se cayó, se levantó y acabó 13º, sumando los tres puntitos que ayer le hicieron tricampeón, pues sin ellos Valentino Rossi hubiese llegado a Australia con 74 puntos, aún vivo), que, en un deporte individual, es el primero que hace equipo y jamás pierde la sonrisa, se merece vestirse ya con el esmoquin que el mundo del deporte le reconoce a Gasol, Nadal, Iniesta y Alonso.

«Recuerda, por si pasa algo, Álex y yo estaremos en la curva tres». Y así fue. Y el mundo, desde Rossi a Lorenzo, de Japón a Argentina, desde Moto3 a MotoGP, lanzó las campanas al vuelo para celebrar que el campeón más joven y atrevido de la historia, el rookie al que admiran todos, desde Giacomo Agostini a Ángel Nieto, pasando por Phil Read o Freddie Spencer, recupere la corona que, el pasado año, le arrebató Lorenzo cuando el nieto de Sole y Ramón se creyó Superman y, por desgracia, no atravesó las paredes.