Hacía mucho que ningún atleta impresonaba como ha hecho Usain Bolt en su deslumbrante aparición en Pekín. El Nido alumbró al velocista que más alto es capaz de volar y cuyo fulgor puede perdurar más tiempo. El relámpago de Trelawny, la capital azucarera de Jamaica, no solo emuló a Jesse Owen (1936) y Carl Lewis (1984) al ganar los 100, 200 y 4x100 metros, sino que lo hizo con una solvencia y una tan aparente facilidad que todos se preguntan dónde se encuentran sus límites.

Ni el propio Bolt lo sabe. De momento, se dedicó a disfrutar del éxito demostrando un corazón tan de oro como las tres medallas que se colgó. Donó 50.000 dólares a los afectados por el terremoto de la provincia china de Sichuan, invitó a niños necesitados a trotar con él en las playas de Jamaica y a presenciar le Mundial de fútbol de Suráfrica-2010.

Pero, por encima de todo, el hombre al que todo el estadio cantó el Happy birthday cuando cumplió 22 años el pasado jueves, ha instaurado una nueva forma de correr. Desde la atalaya de sus 1,96 metros de estatura, ha convertido el esprint en una divertida sesión de footing. Mientras sus rivales se desvivían por acelerar lo máximo posible, entre gestos de máxima tensión, Bolt trotaba como un cervatillo y se dejaba ir en los metros finales, abriendo los brazos y golpeándose el corazón, en un gesto que no agradó al presidente del COI, el belga Jacques Rogge.

Con tres récords

Pero no importa. Con Bolt ha regresado al espectáculo al atletismo. Ríe, baila, gesticula, dibuja un arco imaginario en el aire y, sobre todo, corre como nadie lo ha hecho antes. Nadie había ganado las tres pruebas de la velocidad con tres récords del mundo. Ni Owens ni Lewis. Él, sí. Comenzó mejorando su tope de 100 (de 9.72 a 9.69) pese a la relajación de los últimos metros. Continuó destrozando la plusmarca de 1996 del incrédulo Michael Johnson en 200 (de 19.32 a 19.30). Y acabó entregando a Asafa Powell el récord del relevo (37.10).