Cuando los dos últimos minutos de un partido con la transcendencia de la final olímpica de ayer se juegan con la igualdad que llegamos (104-108, solo a cuatro puntos de los norteamericanos), todo el mundo sabe que cualquier detalle cuenta. Únicamente por eso me hubiera gustado saber qué habría pasado si los árbitros hubieran seguidos las normas de la FIBA de manera estricta. Si EEUU consigue sacar ventaja de la cercanía en el tiro de tres, también es justo que se vea perjudicada por su constante y repetitiva forma de hacer pasos.

Me encanta ver que las portadas de diarios e informativos abren todas con baloncesto. Y más en un país monopolizado deportivamente como el nuestro. Pero es que ya nadie es capaz de cuestionar el grandísimo nivel de nuestra selección y de nuestro deporte. No lo olvidemos, lo mejor es que no solo nosotros hemos disfrutado de ello, sino que un tercio del mundo, y eso son muchos millones de personas, también han sido testigos de la hazaña. Esto es el valor añadido de una final olímpica, que su medida rebasa el tiempo y el espacio.

Pero para llegar hasta aquí hemos tenido que superar algunos inconvenientes. El cambio de entrenador ha sido el principal. Hubo momentos en que el sistema de Aíto planteó dudas a más de uno. Había jugadores que parecían haber desaparecido. Sin embargo, en la final de ayer y a pesar de la baja de Calderón, el equipo respondió. Rudy estuvo excepcional de nuevo, Ricky, impresionante, Carlos Jiménez y Reyes, soberbios, y los demás, principalmente el máximo anotador del torneo, Pau Gasol, en su línea imparable.