Samuel Kamau Wanjiru es de Nyahuru (El agua que suena), una población situada junto a Thomson Falls, una gran cascada que vierte su torrente sobre el valle del Rift. El keniano se levantó ayer a las cuatro de la mañana para desayunar y prepararse para el maratón. A esa hora, el cielo de Pekín descargó una tormenta de lluvia que refrescó lo suficiente como para que el fondista de 21 años se sintiera casi en su casa.

"Ha sido salvaje --atinó a decir Chema Martínez para definir el ritmo de los primeros 15 kilómetros, en compañía del keniano y de un selecto grupo de africanos que lideraban la prueba--. En los primeros cinco kilómetros, he pensado: ´A ver cuando bajan este ritmo´. No ha habido forma". El madrileño era el único corredor blanco dentro de la estampida africana, y aguantó 15 kilómetros a ritmos elevadísimos, algunos cubiertos en menos de 2.50.

30 GRADOS EN LA META

Martínez pagó caro su atrevimiento, aunque mantuvo el tipo hasta el final, acabando en 16ª posición con 2.14.00 horas. Peor le fue a Julio Rey, que se retiró en el 35, y a José Ríos, que acabó en el puesto 72 con 2.32.35, un registro con el que le habrían superado 22 de las participantes en el maratón femenino. El termómetro marcaba 24 grados a la hora de la salida, pero fue subiendo hasta los 30 en la llegada. Wanjiru estaba preparado para todo y aprovechó la bonanza inicial para lanzar la carrera. Residente habitual en Japón, el keniano está a acostumbrado al calor del verano nipón. Su entrenador Koichi Morishita, subcampeón olímpico en Barcelona-92, le había aconsejado prudencia, pero como la temperatura y la humedad no eran muy elevadas, el plusmarquista mundial de medio maratón (58.33 minutos en La Haya-2007) se dedicó a desgastar a sus rivales a base de hachazos.

En el 30 solo le aguantaban el marroquí Jouad Gharib, doble campeón mundial en París-2003 y Helsinki-2005, y el etíope Deriba Merga. Pero en el 35, Wanjiru ya había conseguido descolgar a sus correosos rivales, y su victoria, a partir de aquí, resultó inapelable, batiendo de largo el viejo récord olímpico de Carlos Lopes en Los Ángeles, con una mejora de casi tres minutos, de 2.09.21 del portugués en 1984 a los 2.06.32 del keniano ayer. Y, aunque parezca increíble, dándole a Kenya su primer triunfo olímpico en esta distancia. Segundo fue Gharib con 2.07.16, y tercero el etíope Tsegay Kebede, que adelantó a su compatriota Merga a falta de 200 metros para la llegada.

Wanjiru demostró ayer que tiene el récord del mundo (2.04.26) de Haile Gebrselassie al alcance. Y el astro etíope, que su decisión de no correr el maratón olímpico tenía poco que ver con la tan temida como invisible polución en la capital china.

El maratón tuvo otro protagonista, desconocido, pero destacado por su edad y su periplo vital. Seteng Ayele, de 53 años, acabó ayer el maratón en el puesto 69, su peor actuación en unos Juegos, pero no porque su avanzada edad le aleje de la élite, sino por motivos extradeportivos.

DE PEKÍN AL CALABOZO

Nacido en Etiopía, Ayele emigró en 1991 a Israel, aprovechando las facilidades que desde los años 80 da el gobierno de Tel Aviv a las personas que demuestren su pasado judío. Casado y con siete hijos, comenzó a correr para bajar peso y por consejo de un amigo, admirador de Gebrselassie, probó con el maratón. Gracias a la ayuda de su técnico, Yehiam Skitel, Seteng corrió el maratón de Venecia en el 2003 y acabó en 2.14.21, por debajo de la marca exigida en Atenas-2004. Su progresión fue tan espectacular que su país le seleccionó para los Juegos de la capital griega y, con 49 años de edad, acabó en una dignísima 20ª posición. Al año siguiente, en el Mundial de Helsinki, fue 21°, y hace un año en Osaka mejoró dos puesto al entrar 19°.

Para preparar los Juegos de la capital china, el campeón israelí decidió volver a Etiopía para entrenar en altitud. Y llegaron los problemas. Se ofreció a un par de personas para ayudarles a inmigrar hasta Israel, a cambio de dinero, y la policía etíope le detuvo. Pasó un tiempo arrestado, sin poder entrenar, pero gracias a la gestión del ministro de deportes israelí, Raleb Majadele, la gendarmería etíope le soltó, con la condición de que tras los Juegos regresara al país para ser procesado.