La celebración del 12 de Octubre estuvo muy influida por las múltiples convocatorias electorales de este año en España: las municipales y autonómicas de mayo, las catalanas de septiembre y las legislativas de diciembre. La fiesta nacional española fue quizá más que nunca un reflejo de lo diverso y complejo que es este país: tres presidentes autonómicos no acudieron (el catalán Artur Mas, el vasco Íñigo Urkullu y la navarra Uxue Barkos), y tampoco el líder de Podemos, Pablo Iglesias. El Gobierno promocionó el 12-O como "la fiesta de todos", con el objetivo de rebajar el tono esencialista y trascendental que la ha caracterizado desde siempre. Quizá no sea ajeno a estos pequeños cambios el reinado de Felipe VI, que ayer presidió el desfile por tercera vez. Pero la fiesta nacional española precisa probablemente un cambio tan profundo como el que necesita España, sobre todo en su concepción territorial. Del 20-D surgirán unas Cortes que no podrán eludir afrontar una reforma de la Constitución. Y ahí tendrá un papel destacado Ciudadanos, cuyo dirigente, Albert Rivera, concentró ayer el protagonismo del acto.