Durante este próximo año de 2015 va a haber elecciones municipales, autonómicas (salvo en algunas CCAA) y generales. No nos podemos quejar de emociones, dada la incertidumbre creada por los sondeos. El hecho electoral es el más importante en una democracia representativa. Se trata del momento en que la ciudadanía ejerce su papel más significativo cual es el de elegir a sus representantes, que van a legislar o gobernar en su nombre. Cada celebración electoral es una fiesta de la democracia.

En estos momentos, la ciudadanía española esta deprimida e indignada. La crisis en la que estamos inmersos y que está impidiendo nuestro crecimiento como personas, individual y colectivamente, nos ha llevado a una depresión nada subjetiva, sino constatable y evidente. Si a ello añadimos la atmósfera asfixiante por la poca ejemplaridad ética de algunos de nuestros representantes en las organizaciones sociales de todo tipo, caemos en una indignación exacerbada y peligrosa. Pues bien, la depresión y la indignación se curan con la serenidad. La serenidad posibilita el pensamiento. El pensamiento empuja a la acción. Y la acción genera la política, que es la manera más eficaz que el género humano ha inventado para organizar la convivencia social.

Hay muchas maneras de ejercer la política. Unos en cargos públicos, otros en su profesión y todos en su papel de ciudadanos ("politikós" en griego). Todos somos políticos por el mero hecho de ser ciudadanos. Más aún, para Aristóteles, en la medida en que no somos políticos dejamos de ser ciudadanos. Este planteamiento básico de la política convierte a esta en una mezcla de ética y técnica. Ello exige que el político sea decente y capaz. Y a los ciudadanos les exige que elijan a sus representantes de entre los más decentes y capaces de la sociedad. Soy consciente de mi teorización y de su dificultad en practicarlo. Pero, también soy consciente de que hay que refrescar la teoría para alimentar nuestra práctica, que, de lo contrario, se convierte en puro mecanicismo.

Actualmente, ha surgido un partido político (Podemos) que se alimenta de la depresión y la indignación. Si solo se alimenta del detritus social y su única meta es ocupar el poder, poco recorrido le auguro. Esto no es óbice para que su discurso crítico contra el sistema sea razonable y cierto. Pero hace falta algo más, como es el discurso complementario positivo, alternativo al sistema. De lo contrario, la depresión y la indignación de segunda generación pueden ser mortales. La ciudadanía no lo soportaría y los cabreos violentos de las masas suelen acabar en cataclismos nunca sospechables, pero que se han dado en la historia y que se pueden volver a repetir.

En el discurso y planteamiento políticos de Podemos comienzan a verse algunos datos muy extraños. Por ejemplo, no van a concurrir a las elecciones municipales para proteger su marca. ¿Cómo hay que interpretar esto? No hay que olvidar que las elecciones municipales son las auténticas elecciones ciudadanas. La gente vive en su municipio, y no en el Estado o en la Comunidad Autónoma. El municipio es el principio y esencia de la democracia. No concurrir a unas elecciones municipales es una cobardía política o, como mínimo, un reconocimiento explícito de su déficit político. La política es dura y difícil. Y esconderse en mareas, plataformas y asambleas es poco serio y propio de niños jugando a ser mayores.

Otro elemento discursivo extraño es su declaración de que van a hacer un "proceso constituyente" para enterrar lo que llaman "el régimen de 1978". Quien dice esto está invalidado para el ejercicio de una política seria, porque o es un iluso peligroso o encierra una intencionalidad no confesable también peligrosa. Cuidado con los idealismos y romanticismos, antesala de fascismos. El denominado "régimen de 1978" ha dado a España su mejor época histórica de paz, libertad y progreso. La Constitución de 1978 es una de las más avanzadas de Europa. Solo tiene un grave problema: que no se cumple. Todo ello no contradice la afirmación de que España, su Constitución y sus instituciones son mejorables y necesitadas de una profunda renovación que la crisis ha hecho evidente.

En definitiva, todos los partidos políticos, los viejos y los nuevos, deben tener claro que la clave de su buen hacer está en mantener la conexión con la sociedad, con toda la sociedad, y saber traducir políticamente sus necesidades y anhelos. Eso es la política. Y eso se puede hacer desde distintas perspectivas, siempre que el factor común sea el interés general y no el propio. Y, por favor, que se esmeren todos en el Programa Económico porque ya estamos hartos de escuchar sesudos análisis a posteriori.

Profesor de Filosofía