Algunas elecciones municipales en España no son solo municipales, sino la primera fase de algo más importante que viene luego. Al menos, en el recién finalizado siglo XX, hay dos ejemplos de libro: las elecciones municipales de abril de 1931, con la derrota de los monárquicos frente a los republicanos, trajo la II República española. El segundo ejemplo son las primeras elecciones municipales de 1979, que instaló gobiernos municipales de izquierda en la mayoría de los municipios españoles, tras el pacto municipalista entre el PSOE y el PCE. La izquierda municipal y su buena gestión influyó mucho en la aplastante victoria socialista en las generales de 1982. Y las elecciones de mañana, municipales y autonómicas, también predicen un cambio de ciclo a nivel de Estado en las próximas generales de noviembre.

Todos los sondeos indican un resultado en cuya cabeza, va a haber cuatro partidos destacados: PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos. Los dos siguientes partidos de ámbito estatal, IU y UPD, se quedan descolgados y en algún caso desaparecen de alguna institución. Los partidos de ámbito regional, se buscarán la vida en sus respectivas demarcaciones, pero no les va a ir nada bien.

Ha sido esta una campaña distinta a las últimas anteriores. Sin duda, marcada por la emergencia de los dos nuevos partidos, pero también muy influida por los sondeos de precampaña y campaña. Así, el PP ha hecho lo de siempre: triunfalismo de gobernante y generador de miedos ante cualquier cambio o novedad, presentando como éxito político su gran fracaso social. El PSOE, que arrancó muy mal en la perspectiva de sus propios votantes anteriores, se ha crecido durante la campaña y ha tenido un estirón fuerte. En Aragón, por ejemplo, el candidato socialista a la DGA, se ha mostrado como un político muy sólido ante la concurrencia que no lo conocía, dado su origen municipal rural. Ha sido para muchos, no para mí, la auténtica sorpresa de la campaña. Y si llega a gobernar, será un buen presidente para sorpresa de muchos. Lambán es el gran desconocido de la política aragonesa y, en mi opinión, el más capacitado. Podemos ha demostrado la teoría del suflé, y se ha ido desinflando respecto a las expectativas de hace unos meses. Bien es verdad que su auténtico ámbito de juego serán las próximas generales. Ciudadanos es, tras Podemos, la nueva sorpresa mediática y electoral en España. Ambos partidos tienen distintos orígenes, de izquierda en el caso de Podemos y conservador en el caso de Ciudadanos. Pero tienen una gran semejanza: ambos quieren acabar con el bipartidismo de PSOE y PP, cuyos lugares quieren ocupar, pero ninguno ha pensado que esto de la política y los partidos es algo más complejo que requiere tiempo. Sin duda que los dos partidos emergentes van a conseguir unos magníficos resultados pero que a muchos de los propios les va a saber a poco.

Es curiosa la génesis de ambos partidos emergentes. Ambos han sido catapultados por poderes mediáticos y financieros, con la intención de servir como recambio al bipartidismo vigente. Podemos surge de IU, al que fagocita ante la sorpresiva e ingenua mirada de sus cuadros y militantes, pero choca con la férrea resistencia de los socialistas. En el caso de Ciudadanos, el PP lo genera como barrera contra el nacionalismo catalán hasta que descubre que le puede servir de muleta en el caso de una mayoría insuficiente. En definitiva, y haciendo bueno a Lampedusa, la intención de los poderes fácticos era cambiar para que nada cambie.

Sin embargo, desde el 15-M de 2011, y al rebufo de la crisis, ha aparecido una sociedad que ha transitado desde la desafección política hacia una gran politización social. Lo social se ha metido en el debate político y la gente empieza a creer que el sentido de su voto puede modificar las políticas sociales a su favor. Esto es la política real. Podemos ha sabido traducir políticamente esa nueva energía sociopolítica, pero también todos los partidos han tenido que modificar su discurso. Lo que no es poco. Será necesario que la sociedad no abandone esa presión a los partidos y a las instituciones para que la productividad política de las instituciones y de los parlamentos responda a los anhelos de la sociedad, que ha despertado de su letargo. La situación actual, socialmente insostenible, no digo que se vaya a solucionar de un plumazo, pero si la presión a los partidos sigue, se perfilará un horizonte que nos restituirá la dignidad y traerá la posibilidad de mejorar la gobernanza de este país. Cuando las condiciones objetivas de la situación hacen difícil-imposible una política socialdemócrata, hay que practicar un reformismo fuerte. Eso pasó en la Transición y no nos fue mal.

Profesor de Filosofía