Esto ya no es rapidez, esto es puro vértigo. Desde la noche del domingo 25 hasta el momento en que usted lea este artículo, han sucedido infinidad de cosas, o dicho más propiamente, los españoles hemos tenido tal número de sensaciones que esto parece un vendaval. Si de las sensaciones pasamos a las percepciones (lo que implica una mayor racionalidad) podemos llegar a pensar que estamos en un final de ciclo. Yo, al menos, tengo esa percepción.

Sobre las elecciones europeas del 25-M es prácticamente imposible decir algo original, pero vamos a arriesgarnos. Hay dos preguntas que me hago constantemente. La primera es ¿por qué el PP sigue ganado elecciones tras dos años de duros recortes al Estado de bienestar y a los derechos básicos de los españoles? Lógicamente, hay que pensar que sigue teniendo una cierta credibilidad, pues la gente vota interesadamente al partido con el que piensa que le irá mejor en el futuro. Y si los dirigentes del PP tienen credibilidad es porque su discurso es mínimamente creído. ¿Qué dice básicamente el PP? Que lo que está haciendo es, aunque duro, necesario para volver a crecer después y poder crear empleo; que el PSOE ha malgastado a manos llenas y eso de la herencia recibida. Y este discurso hay gente que lo cree, al menos los que votan al PP. Cuesta creerlo pero así es.

La segunda pregunta es ¿por qué el PSOE, estando en la oposición, no solo no se beneficia de los votos que pierde el PP, sino que sigue perdiendo votos? Lógicamente, porque tiene poca credibilidad. Y ¿cómo tiene poca credibilidad un partido que ha liderado la mayor y mejor transformación histórica de España? Porque el Estado de bienestar que ahora se reivindica en las manifestaciones de la calle y de los centros de trabajo es algo que se consiguió en España fundamentalmente con el PSOE de los gobiernos de Felipe González (educación, sanidad y pensiones) y de Zapatero (libertades individuales y civiles). Insisto ¿por qué el PSOE no tiene credibilidad? Porque Zapatero abrió el melón de la austeridad impuesto por la Troika. Melón que Rajoy ha desarrollado con una saña infinita. ¡Y qué mal explicó Zapatero lo que hizo! Ni en la calle ni en el Parlamento ni en su partido.

Y llegamos al concepto que explica casi todo: la crisis. La gente, que no acostumbra a pensar a medio y largo plazo, sino que todo lo procesa según le vaya a él, piensa que todos los políticos son unos corruptos porque él está muy mal. Si profundizamos un poco, veremos que el español se había acostumbrado a estar muy bien durante los treinta años que van desde 1986 (año de entrada de España en la UE) y 2008 (comienzo de la crisis). Y ese bienestar proveniente de los fondos europeos y de la gestión socialista constituye, por comparación, el punto de referencia de su actual malestar.

Deductivamente, si todos los políticos son unos corruptos y causantes de lo mal que yo estoy, hay que probar con políticos nuevos a ver qué tal nos va. Esa, y no otra, es la cuestión clave, desde la perspectiva de los partidos y su traducción electoral. De ahí el éxito de Podemos, UPD, Ciudadanos y no tanto de IU porque, según la nueva terminología, también IU son casta aunque casi no hayan gobernado.

Otra cuestión muy distinta es que nos pongamos a pensar en la realidad objetiva y en los indicios del futuro próximo que nos acecha. Aquí se impone pensar la complejidad: economía, política, globalización, energía, demografía, educación, sociología, poderes emergentes y hasta filosofía. Y en esta inflexión es donde procede hablar de final de ciclo. Las mentes que hasta ahora han servido, mejor o peor, quizás no sirvan para gestionar el nuevo ciclo. Pero los cambios hay que hacerlos con sabiduría: ni lo nuevo es bueno por nuevo ni lo viejo es malo por viejo. Está demostrado que todo cambio de paradigma viene de una nueva forma de mirar, y por tanto de gestionar, la realidad. Eso solo lo pueden hacer mentes nuevas o mentes que hayan integrado en su estrategia el concepto de cambio permanente.

Como final, insistiré en que los partidos políticos son meros instrumentos para la organización de la sociedad, y que la ideología es un esquema de una serie de ideas, mucho más importantes que el propio esquema (la ideología) en que están encerradas. Desde la perspectiva de la sociedad, lo que de verdad importa son las instituciones, tanto públicas como privadas, que son desde donde emanan las decisiones que benefician o no al común de la sociedad. Son las instituciones el ámbito donde se muestra la verdad o falsedad de los partidos y los políticos. Y una institución bien gestionada no suele tener frutos a corto plazo. De ahí la paciencia, la serenidad y la prudencia (pro-videre: ver antes o más allá que los demás) de todo buen político.

Profesor de Filosofía