Artur Mas ha debido formularse por fin esta pregunta. Parece que ha empezado a responderla mientras hace malabares para convencer a sus socios de que lo suyo con Rajoy no es lo que parece.

Primero Jordi Pujol le deja a los pies de los caballos del Gobierno central con el comunicado sobre esa herencia prodigiosa aparecida un minuto antes de que el juez inventariase las cuentas en Andorra. Luego se esconde en los refugios familiares mientras Mas y media Convergencia hacen la ronda de la vergüenza por los medios dándose golpes de pecho mientras los millones se van multiplicando por centenas y miles. Durante las vacaciones la cosa ha empeorado. Pujol ha convertido su veraneo en Queralbs en un photocall interminable. El expresident solo sale para darse baños de vecinos que vienen a saludarle. Pujol los utiliza indecentemente para aparentar que la gente que no anda metida en política le quiere e incluso le perdona sus pecados fiscales. Mientras intenta lavar su imagen, sus abogados han iniciado la caza al hombre en Andorra para atrapar al delator que entregó el mapa del tesoro. Ni un gesto de arrepentimiento, ni un asomo de vergüenza. Todo gestionado como si fuera un negocio que ha salido mal. Del ir al Parlament ya hablaremos. De devolver el dinero ya ni hablamos. Si tiene que elegir entre lo suyo y los problemas que pueda causarle a Mas, a su partido o incluso a Cataluña, Pujol escoge arreglar lo suyo. Ya estaba tardando Convergencia en aplicarle la ley de la botella: el que la tira, va a por ella. Politólogo