Una pereza inusitada, a la hora de comunicarnos con los demás, hace que nuestro lenguaje sea cada vez más escaso y pobre. Las nuevas tecnologías empleadas para relacionarnos, se limitan a envíos de mensajes cuyas palabras se desvirtúan, convirtiéndose en una especie de apócopes que ni tan siquiera llegan a aféresis o a síncopas que, si esto fuera así, valdría su lectura, pero no, hay veces que resulta ilegible. Estas conversaciones online, escritas con dos pulgares, se han establecido dentro de una sociedad cada vez más solitaria, va perdiendo la costumbre de conversar en un lenguaje de matices y expresiones, insustituible por muchos whatsapp que escribamos o muchos tweets que enviemos, sin olvidar que este lenguaje escrito es traicionero por las múltiples interpretaciones que se suscitan de él. Quizá esa sea la causa del empeño por cambiar los títulos de las obras de arte depositadas en el Rijksmuseum de Ámsterdam, títulos que hoy resultan ofensivos porque tienen una connotación peyorativa. Una iniciativa que no secundan los demás museos europeos porque es muy complicado establecer una normativa con los etnónimos que se desean o no conservar. El lenguaje evoluciona y lo que hoy parece ofensivo, mañana puede estar incluido en lo aceptable. No saben los conservadores de museos lo que se les viene encima con los créditos y títulos de las obras de las nuevas generaciones de artistas visuales. Dalí, que ya fue un visionario en eso de los títulos, no fue nada en comparación con las nuevas corrientes conceptualistas que pueden venir acompañadas de un lenguaje apocopado cual lecturas encriptadas. Lo mejor, lo que decía Isidro Nonell: "Yo pinto y basta".

Pintora y profesora