Es lo que toca para salir de la crisis de gobierno en España, de la crisis en Europa que está perdiendo el alma y de la situación mundial que a todos nos envuelve y nos emplaza. El tiempo corre aquí y hay que aprovecharlo. Pero eso no es ahora mismo lo más difícil ni lo más urgente. Quizás lo sea para los españoles o eso creemos, pero no lo es para Europa que se juega el futuro cerrando la puerta a los refugiados y menos para el mundo en el que solo el dinero anda como Pedro por su casa. Abrirse no es huir sino salir corriendo para entrar en razón. Ni solo un problema doméstico o nacional, sino estar aquí y a la vez en todo. Porque se está en el mundo estando aquí --¿dónde si no?-- y no andando perdido por ahí. Y a la inversa, pues quien solo está aquí va a su bola y es como si no estuviera en el mundo para nadie. Aquí es el lugar de la responsabilidad. Cada uno es responsable si hace lo que puede en este mundo y para todo el mundo, ni más ni menos. Entrar en razón es entrar en diálogo con los demás, sin negar a nadie la atención y la palabra. Es abrirse o salir: dar el primer paso para encontrarse con otros. Sentarse a hablar a partir de un acuerdo básico sobre las reglas y condiciones que hacen posible el diálogo para llegar a otros acuerdos. Es resolver los conflictos con la palabra, sin llegar a las manos. Aunque esto no quiere decir que las partes renuncien a defender sus intereses particulares.

Pactar o hacer las paces es mejor para todos que hacer la guerra, aunque eso no sea igual de bueno para unos y otros. A diferencia de la paz que no entra en la historia ni con calzador, las paces son un bien relativo que favorece más a los más poderosos. Como la fortuna. Pero esa ventaja, que no hace más razonable su victoria, hace más racional para los otros hacer antes las paces. Hacer la guerra que está perdida es solo de necios. Entrar en razón en cualquier momento o situación histórica, no es hablar con la pura razón dejando a un lado los propios intereses sin hacerlos valer: es negociar con ellos y por ellos. Enseñar los votos o los poderes, no es un argumento. Enseñar los dientes tampoco, pero no es morder. El modelo del diálogo en el ámbito de la política, no es un diálogo de carmelitas. En política se avanza paso a paso, con un pie en tierra y otro en el aire. Lo posible no es tal sin pisar tierra firme, y el camino no se hace con los pies atascados. Del atolladero se sale con esfuerzo y decisión, que es donde está el peligro...¡y la salvación! ¿Están hoy los políticos a la altura de las circunstancias? ¿O van a lo suyo caiga quien caiga? Es de todos los españoles lo que está en juego ahora mismo. Y todos los partidos perderán lo suyo --¿hace falta decirlo?-- si no salvan las reglas en este barullo. Sin más democracia no hay salida. Sí se puede, pero también puede ser que no se quiera. Sería lamentable.

Una Europa envejecida que rechaza a los refugiados y prohíbe dar de comer a los que vienen para que no vengan más, se defiende en vano contra el futuro. Espanta a las palomas y a la paz, mientras concentra la esperanza desesperada, incontenible, en campos de concentración. Pero ya no hay fronteras infranqueables y los que piden asilo acabarán con ellas. Ojalá sea antes de que Europa pierda su alma. A largo plazo --¿pero quién piensa a largo plazo?-- lo más racional es ya lo razonable: pasar de la hostilidad a la hospitalidad. Hacer las paces que podemos hacer para merecer la paz que no podemos hacer. Y eso significa abrirse a los otros y a lo otro inexplorado, dar la cara y no la espalda. Y cerrar el camino que dejamos atrás, solo eso.

¿Y qué diremos del mundo? Que en este mundo mundial, confuso y agitado como un cóctel, a la vez que las fronteras físicas fracasan aumentan los prejuicios y crece como un abismo la desigualdad entre muchos: el océano, y aumentan los privilegios de unos pocos: el archipiélago. Pero incluso estos, con tal que sean inteligentes --que lo dudo-- deberían saber al menos que la pura racionalidad estratégica ya no sirve. El poder solo es muy bruto ¿No deberían ser más razonables? Algunos creen que esos pocos no pueden cambiar mal que les pese, pues llevan la penitencia en su pecado. Otros piensan que se pasan de listos. Ellos saben que uno vive hasta que muere, como todos; pero creen que puedan vivir mientras tanto como nadie. ¿Y si el cóctel explota? En eso no piensan.

Filósofo