Hace unos meses comentábamos la posibilidad de profundizar en las reformas que imperiosamente necesita el área del euro. Porque si algunas de las más necesarias no se implementan, Dios nos coja confesados: cuando la próxima crisis llegue, que llegará, ya veremos si el euro resiste otro choque existencial. Pero entonces, a principios de febrero, había cierta euforia: el tono europeísta del acuerdo de coalición SPD-CDU, con unos socialistas liderados por Martin Schultz, parecía sumar Alemania a la apuesta proeuropea del presidente francés Emmanuel Macron. Pero ya advertí de las dificultades de ese salto adelante: tras la firma del programa de coalición, en la propia CDU/CSU comenzaron a emerger importantes voces contrarias.

Los peores augurios se han cumplido. Y a pesar de la retórica de Macron en el Parlamento Europeo, sus desencuentros con Alemania han emergido de forma nítida. ¿Cuál ha sido la respuesta de Berlín a sus propuestas? No a prácticamente todo lo sustancial: a un presupuesto de la eurozona; a un ministro de finanzas europeo; a la reducción de la deuda griega; y, por descontado, a la constitución de un fondo común de garantía de depósitos bancarios. Nada extraño si observan el panorama electoral alemán, con el crecimiento, a costa de la CDU/CSU, de partidos antieuropeos: Alternativa para Alemania y liberales; por no hablar de la influencia de una parte no menor de la CSU bávara, cuyos impulsos proeuropeos son más bien tibios. Por ello, no debe sorprender que el ministro de Hacienda alemán, Olaf Scholtz, y pese a su filiación socialdemócrata, tampoco quiera oír hablar de mancomunar riesgos.

Pero Alemania no es el único país que se opone a las propuestas que vienen de Francia y del sur: la nueva liga hanseática, liderada por Holanda y a la que se han sumado Irlanda, Estonia, Letonia, Lituania, Dinamarca, Suecia y Finlandia, no quiere reforzar los mecanismos europeos de solidaridad. La declaración de sus ministros de finanzas del 6 de marzo postulaba que la reforma debería encaminarse hacia lo que deben hacer los distintos estados, más que en ampliar transferencias desde Bruselas. Su receta es simple: frente a potenciales crisis, no se deben esperar ayudas exteriores; por el contrario, son los gobiernos los que deben esforzarse por situar sus finanzas públicas en una senda sostenible. Ello es lo que les dotará de una resistencia de la que ahora carecen para afrontar choques recesivos.

Por si lo anterior no fuera suficiente, para Francia e Italia es inaceptable la propuesta alemana de reestructuración de deuda pública para los países que demanden ayuda del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) -en román paladino: pérdidas para sus tenedores-; como lo es también que la deuda pública en los balances bancarios se valore a su precio de mercado, y no como ahora que se considera exenta de riesgo.

Y España, ¿qué opina? Hemos tenido un raro ejemplo de transparencia, con la publicitación de la Posición española sobre el fortalecimiento de la UEM, del Ministerio de Economía. Tras la inevitable carga de retórica proeuropea, y un amplio catálogo de buenas intenciones, lo que lisa y llanamente queda es una renuncia a los eurobonos o a una unión fiscal que podía comenzar con un presupuesto de la eurozona. Y también a posponer el tercer pilar de la unión bancaria: el fondo común de garantía de depósitos. En suma, una retirada de lo defendido por Mariano Rajoy en diciembre, cuando parecía que soplaban vientos más favorables desde Alemania.

Hay quien postula que, en esta tesitura, la reforma se encamina al fracaso; y que ello puede dejar victimas, en particular en Francia, donde la opinión pública se ve como un aliado menor de Merkel. Pero más que a una cumbre fallida, en junio asistiremos probablemente a una especie de parto de los montes: Alemania acabará ofreciendo una versión edulcorada de aquella, que permitirá salvar la cara a Macron y avanzar en ámbitos menores. La creación de un mecanismo de apoyo para crisis bancarias y la transformación del MEDE en un Fondo Monetario Europeo podrían estar en el acuerdo final.

¿Deprimente? Según las expectativas. Pero la realidad es tozuda. Y es con estos mimbres con los que hay que encarar el futuro que, hoy por hoy, está en manos de Alemania. Por suerte para nosotros, la UE es su opción estratégica; pero ello quiere decir que su avance se hará a su ritmo y con sus condiciones: una versión teutona del clásico «vísteme despacio que tengo prisa».

*Catedrático de Economía Aplicada