En una situación ideal, un país que en su Constitución se dice aconfesional reduciría la identificación religiosa de sus instituciones al ámbito personal de quienes las dirigen. Es decir, a cero. Pero está visto que no resulta tan sencillo. Que se lo pregunten a los concejales del Ayuntamiento de Zaragoza, que han sufrido un desgaste muy gratuito dirimiendo qué ediles y a qué actos pueden acudir en su condición de tales. Según el CIS, el 71% de los españoles se declara creyente de alguna religión y, de entre ellos, casi todos se adscriben a la católica. Aunque la cifra mengua, se trata obviamente de un porcentaje muy significativo, que quizá explique las reticencias en muchos foros públicos a separar las cosas. Recuérdese el crucifijo que presidía hasta esta legislatura los plenos municipales. O que el propio consistorio organiza una fiesta que se celebra en honor de la Virgen del Pilar, y que en venerarla con flores ocupan su tiempo y su dinero 350.000 personas cada 12 de octubre. Puede que en esto pensara la plantilla del CAI Zaragoza, cuando esta semana y como cada inicio de temporada protagonizaba una nueva ofrenda a la patrona de la capital. Está por demostrar el influjo que la Virgen ejerce sobre los resultados deportivos de este y de los otros equipos que hacen lo mismo. O, por volver a la arena pública, sobre las acciones de nuestros representantes. Pero además de que el tema no resulta fácil, algo tendrán la política y la vida cuando, como con el agua, se pone tanto empeño en bendecirlas. Periodista