Hace unos días salía a la venta una nueva colección de filosofía lanzada por la editorial RBA. El primero de sus números está dedicado a Platón, como ya viene siendo tradición desde tiempos inmemoriales. Cada vez que se lanza una colección de este tipo, Platón suele ocupar el lugar de privilegio. Lo que me sorprendió no fue, por tanto, esta cuestión, sino el texto que acompaña al libro: "Las respuestas más vigentes a las grandes preguntas sobre el conocimiento, la ética y la justicia". Mi primera reacción fue pensar sobre las curiosas estrategias a las que debe recurrir la publicidad para vender un producto, pues desde luego no me parece que Platón sea, en absoluto, un autor vigente.

Sin embargo, tras esa primera impresión, y tras reflexionar un rato, me di cuenta de que realmente el platonismo sigue siendo un planteamiento filosófico y teórico vigente. Y ello lleva a una tremenda paradoja: que una teoría que reniega por completo del mundo material, que carece de cualquier fundamento científico, siga teniendo actualidad y estando detrás de la concepción del mundo dominante. En cierto modo, sin saberlo, somos educados en el platonismo y encarcelados, por tanto, en la caverna de sus prejuicios. Seguimos pensando en verdades eternas, en valores universales y por eso entendemos que todas las personas debieran pensar o comportarse del mismo modo, el modo correcto.

El platonismo fue una operación filosófica tremendamente exitosa que, en realidad, destruyó los cimientos iniciales de la Filosofía. Esta había nacido mirando a los ojos a la realidad, intentando explicar el funcionamiento del cosmos sin recurrir a dioses o seres sobrenaturales. Los primeros filósofos, como Tales, marcan distancia con la mitología y la religión y se aproximan, por así decirlo, a planteamientos científicos. Probablemente no sea casual que ello se produzca en paralelo a un proceso de democratización política, pues los dioses eran el sustento del poder aristocrático. Sin embargo, Platón reinventó la Filosofía como un discurso más cercano a la religión que a la ciencia y apoyó, tampoco es casual, un proceso de involución política en contra de la democracia.

Platón fue el creador del idealismo, una posición filosófica que desprecia la realidad y el cuerpo y hace del alma y los mundos imaginarios su lugar natural. Ese idealismo enlazó a la perfección con las grandes religiones de occidente, islam, judaísmo y cristianismo, y de ese modo se convirtió en la corriente filosófica dominante. Hay un hilo tan directo entre Platón y las filosofías idealistas contemporáneas que Nietzsche, en su lucha por superar siglos de inercia filosófica, entendió que debía cargar directamente contra Platón.

Sí, Platón sigue vigente, como dice el texto anteriormente citado. Pero eso no es síntoma de la pertinencia de su pensamiento, sino de la extraña permanencia de fuerzas de poder que atraviesan los siglos. ¿Acaso no es paradójico que una sociedad que se llama democrática tenga por uno de sus referentes filosóficos fundamentales a un autor que hace de la lucha contra la democracia uno de sus empeños fundamentales? ¿O que entiende que los seres humanos pueden ser clasificados y jerarquizados en función del tipo de alma que en ellos predomina?

En realidad, el platonismo, el idealismo en su conjunto, no son sino disfraces eficaces de un discurso de base religiosa cuyo cometido fundamental es enmascarar la realidad, velar el mundo. Porque cuando no se conoce la realidad, es imposible gestionarla. Esa es la continuidad que pretenden garantizar esas aludidas fuerzas de poder: la ignorancia de los mecanismos que permitirían cambiar el mundo. De ahí la necesidad de rescatar otras filosofías de raíz materialista, reprimidas a lo largo de la historia por un poder al que resultaban incómodas. No en vano toda filosofía implica un proyecto político, y viceversa.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza