La actualidad se sucede a toda velocidad (y más, y más, y más). La ves transcurrir como un proceso alucinatorio, mientras te bombardean imágenes confusas y cambiantes... indescifrables. Flipas en colorines, atrapado en los recovecos y las contradicciones de los barullos domésticos (la pelea de los presupuestos o la del 010), confuso pero convencido de que estos asuntillos de la Tierra Noble son sólo el reflejo de un mundo cuya transformación desmiente nuestras mejores esperanzas

Algo sí está claro: la calidad de la democracia española (probablemente como la de otros países de lo que llamamos «nuestro entorno») ha bajado por debajo del mínimo. Lo de los fiscales, la corrupción estructural en las altas esferas, la ruina económica de los medios, la obvia existencia de instancias no elegibles donde se toman decisiones fundamentales... Algunos creen que esto es consecuencia directa del gen tardofranquista que nos legó el 78. Dudo que sea así. Lo que está ocurriendo es que el absentismo ciudadano, la debilidad de la sociedad civil y el estrepitoso fracaso de las izquierdas (viejas y nuevas) ha dado alas a un conservadurismo más agresivo, renovado y sin complejos.

Sucede asimismo que, en la Era de Internet, el modelo de negocio de los medios informativos ha reventado, el periodismo ha caído al pie de los caballos y por ello la democracia deliberativa se ha hecho humo en favor de la famosa posverdad. O que los cambios en la economía provocados por la revolución tecnológica y la globalización han dejado sin valor el factor trabajo, rompiendo la lógica de la Edad Contemporánea. Esto no pudo preverlo Marx.

En España, la gente creyó que lo conseguido en los Ochenta y Noventa era para siempre, pasó de organizarse, lo dejó todo en manos de otros... Y vino el manejo sucio de los asuntos públicos, la desafección y la antipolítica. La democracia se aleja sin que sepamos cómo retenerla. Algunos se aferran a la nostalgia republicana y otras ansias rupturistas. ¿Se imaginan una III República... presidida por José María Aznar?