La cuenca del Ebro, en distintos tramos, se está enfrentando estas jornadas a una avenida extraordinaria que por su ímpetu está afectando seriamente a las riberas, aunque se han reducido sus dimensiones sobre las previsiones iniciales. Crecidas en numerosos ríos que se han cobrado la vida de un ganadero en Codos y que están dejado un reguero de pérdidas en la agricultura, ganadería e infraestructuras todavía por evaluar. De momento no ha habido que hacer evacuaciones de poblaciones y las características de la riada principal --que se explayó en Navarra, mitigando el volumen aguas abajo-- ha permitido minimizar los riesgos a su paso por la Ribera Alta. Ayer, la punta de la crecida llegó a Zaragoza sin causar graves daños y encaró hacia la Ribera Baja, zona en la que la rotura de algunas motas vaticina fuertes pérdidas en cultivos y granjas. El operativo de prevención y respuesta de la Administración sigue activo y hasta donde llega la capacidad humana y técnica para enfrentarse a la naturaleza desbocada ha funcionado razonablemente. Tiempo habrá de evaluaciones y análisis para sacar conclusiones que ayuden a futuro. Ahora toca remangarse y atender las necesidades inmediatas, aunque alguno, como el presidente de Murcia, Fernando López Miras, con total falta de solidaridad y empatía ante la emergencia opte por el oportunismo de volver a los argumentos manidos del agua que se pierde.