Cada día que salgo sin escribir sobre el conflicto catalán (conflicto, sí... y político por más señas) es una pequeña victoria personal. Pero, claro, resulta imposible comentar la política de este país y no tropezarse con las cosas de Cataluña. El tema (que ayer dominó la agenda informativa) ya no se pudre en un callejón sin salida, qué más quisiéramos, sino que se revuelve cual zombi enloquecido en esa especie de celda hermética donde ha acabado emparedado. De un cul de sac aún puedes escabullirte girando 180 grados y echándote a correr por donde entraste. Pero cuando la entrada-salida ha sido tapiada...

No se confundan. Yo no creo que el procés sea ni haya sido nunca el juguete de un solo bando. Los secesionistas, desde luego, detonaron la bomba tras instalarse en el absurdo. Pero desde la otra parte, desde el españolismo absoluto, nadie se privó de aumentar la potencia explosiva de la carga. Habiendo caído la política española (y la catalana ni les cuento) en la sima de la incompetencia, la corrupción generalizada y la demagogia barata, el nacionalismo centrífugo y centrípeto eran unos instrumentos de agitación y de simplificación demasiado buenos. Y en eso seguimos y en eso estamos.

El soberanismo catalán se lanzó a una loca huida hacia adelante sin suficiente respaldo social, sin tener en cuenta las consecuencias y sin medir el daño que haría a la causa de la democracia en España. Luego, tras el 15-D, el Gobierno central y por extensión los partidos y los medios unionistas, se aferran a la dinámica justiciera, a los informes de la Guardia Civil sobre la presunta sedición-rebelión, al rigor de unos tribunales sobrados de fervor españolista, y a procurar el aplastamiento total y definitivo del nacionalismo catalán. Eso, o nada. Y es... nada.

Ayer, la sombra del procés se proyectaba ominosa sobre un Parlament instalado definitivamente en el delirio. Todos se aferran al dichoso artefacto político. Para vencer, para no ser derrotados, para humillar al adversario, para justificar la chapuza... Habrá otras elecciones. ¿Y luego?