Tengo un sueño. Bueno, muchos, pero este de hoy es uno cuya realización no depende de mí. Solo puedo enunciarlo. Mi sueño es de agua verde, corriente, con desembocadura en el mar y con un trayecto humano y cultural. Un largo recorrido a modo de autopista ecológica, siguiendo al Ebro, desde Cantabria hasta el Mediterráneo. Tocando el agua, a unos metros de su cauce. Habría rutas establecidas, acomodo para viajeros, agua depurada, nada de locuras de ladrillo como en la montaña, puertos, un extenso carril bici de mil km, miradores, praderas, cultivos, flora, fauna, festivales, una civilización verde y silenciosa para ciclistas, paseantes y enamorados, con miles de años de historia, y con la esencia del alma del viejo Iber, el más caudaloso río de la península que lleva su nombre. Y ni un solo coche, pero miles de usuarios sobre pies o dos ruedas. Un fascinante proyecto cultural y turístico que exigiría sentido común y talento a cuatro comunidades, cientos de localidades y dos ministerios. No es una quimera. Ni una locura. Lo he visto en el Danubio. 932 kilómetros de Alemania a Rumania, dos más que el Ebro, que fueron lugar de guerras y conflictos, y hoy uno de los paseos más hermosos del mundo. Si fuéramos capaces, claro. Periodista