El obtuso centralismo que anida en las mentes de muchos políticos españoles, y no solo de la derecha, no es de hoy sino de siempre. El drama económico que aflige a España únicamente le ha dado la oportunidad de presentarse públicamente sin tapujos, tal y como ha hecho Esperanza Aguirre. Lo que ha propuesto la presidenta de la Comunidad de Madrid se viene diciendo desde hace décadas en los cenáculos madrileños. Solo que ahora, cuando la obsesión por reformarlo todo o por volver al orden antiguo se ha instalado en todos los ámbitos del poder real --incluido el de los grandes empresarios que hace unos días se reunieron con el Rey--, la ocurrencia de acabar con el Estado autonómico se ha convertido para algunos en una perspectiva política real. Creen que el caos en el que estamos, y el aún mayor que vendrá si nuestra economía es intervenida, hace factible esa jugada. Esperanza Aguirre puede ser la punta de lanza de ese diseño, cuyo objetivo último sería cercenar la autonomía de Cataluña y de Euskadi, y más cuando las actitudes independentistas en esos territorios son más fuertes y articuladas que nunca. Puede también que sus declaraciones del martes estuvieran destinadas, sobre todo, a demostrar que ella está dispuesta a contestar el poder de Mariano Rajoy en el PP e incluso a sustituirlo, como ya hizo hace algunos años. Aparte de reabrir de la peor manera posible el más difícil de los contenciosos españoles, la vuelta a escena de la ambiciosa presidenta madrileña debilita aún más al presidente del Gobierno, ya muy golpeado por sus incapacidades y errores. Lo que le faltaba a Rajoy en las presentes circunstancias es tener que librar una batalla interna en su partido. Pero puede que no tenga más remedio. Aunque eso le quite tiempo para la economía.