Lo primero a mi juicio, es felicitar a los Alcaldes de Berbegal, Peralta de Alcofea y Villanueva de Sigena. Hicieron cuanto podían pero nada es bastante y todos tenemos que seguir machacando hasta que los bienes vuelvan a Aragón.

Somos tantos los opinantes que, a veces, pueden confundirse las conclusiones, acaso porque también pueden ser distintas las intenciones. Por ejemplo, solamente por ejemplo, no es cierto que todos los bienes de la Iglesia sean propiedad del Papa; los bienes temporales de la Iglesia universal pueden pertenecer "a la Sede Apostólica o a otras personas jurídicas en la Iglesia" y se rigen por los cánones vigentes así "como por los propios estatutos". El CDC añade que esos bienes "son bienes eclesiásticos" que están sujetos a un régimen estatutario peculiar.

Cosa distinta es que, como también dispone ese Código, "en virtud de su primado de régimen", el Papa sea "el administrador y distribuidor supremo de todos los bienes eclesiásticos" y que precisamente por ello, el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que opera en nombre y por autoridad del Papa, confirmó el 28 de abril de 2007 la resolución que había adoptado la Congregación para los Obispos el 15 de junio de 1995, segregando una suma de parroquias (111 si no me falla la memoria) que habían estado adscritas a la diócesis de Lérida pero que, siendo de Aragón desde sus orígenes, era justo que volviesen a depender canónicamente de diócesis aragonesas.

Entonces quedó definitivamente declarado que los bienes sólo estaban en Lérida a título de depósito y que ese obispado ni era el dueño de tales bienes ni los poseía, al menos, en concepto de dueño; no los podía usucapir.

OBVIAMENTE, el Papa no se ocupa de la administración cotidiana de los bienes; lo hacen a sus respectivos niveles, los párrocos y los obispos concernidos respetando los principios y la línea jerárquica consustancial con la organización de la Iglesia. Eso motivó el obligado acatamiento de los titulares de las parroquias aragonesas a la voluntad del obispo Messeguer, licenciado en cánones sagrados aunque alguno de ellos no los tuvo en cuenta cada vez que decidía llevarse a Lérida, sin licencia alguna, obras sagradas y artísticas de Aragón y que ahora debe restituir el actual sucesor episcopal de Messeguer.

La magna asamblea del domingo pasado en la plaza del Pilar fue un testimonio del sentimiento de los asistentes que ni todos eran creyentes ni todos aragoneses. Estuve con varias personas y entre ellas participaba también una leridana (seguro que habría más) aplaudiendo como los restantes; el lema de la manifestación, Justicia y Dignidad, responde a valores universales, no locales.

Todo discurrió con el respeto que nos debemos. Nadie alzó su voz contra Su Santidad entre otras razones porque, tras la reunión del Nuncio con los obispos y la de Marcelino con Montilla, la cuestión es política que no interdiocesana.

LA AUSENCIA en la manifestación del Presidente de nuestra Comunidad ha motivado comentarios críticos. Marcelino se disculpó de antemano diciendo que un presidente no puede ir a todas las manifestaciones y eso es cierto, pero no aclara por qué en esta ocasión no le tocaba ir. Es delicado opinar sobre esa ausencia y sobre la compatibilidad de ejercicio de la Presidencia de Aragón con el alto cargo nacional que Iglesias desempeña ahora en el PSOE.

¿Qué opina uno? Un presidente de comunidad autónoma debe manifestarse aunque no siempre en la calle y quien tiene que decidirlo es el propio presidente pero lo que no podría hacer en caso alguno es comportarse como un mero espectador y esperar acontecimientos en vez de suscitarlos, aprovechando lícitamente la privilegiada posición que Marcelino ocupa ahora.

AHORA la cuestión es política y casi interna del PSOE, que para eso manda en Cataluña y en el Gobierno central, no solo en Aragón. Marcelino cumpliría con creces su papel político si, como esperamos, convence a Montilla y a Zapatero de que lo único decente es restituir los bienes, no más tarde de Navidad y sin esperar al día de Reyes. Otra cosa tendríamos que entenderla como un fraude.