Si no supiésemos quién es quién en la inmortal y heroica capital de la Tierra Noble, cabría suponer que el plante del Real Zaragoza al Ayuntamiento (o sea, a ZeC) es un nuevo conflicto que vendría a sumarse a los muchos que enfrentan a Santisteve y los suyos con la práctica totalidad de las fuerzas vivas, grupos políticos, gentes de orden e incluso de desorden. Pero, en realidad, este del equipo de fútbol no es es otro lío, sino el barullo de siempre: el exagerado choque de los comunes cesaraugustanos con quienes se consideran dueños de la ciudad. Estos se aferran al irrompible hilo conductor que discurre desde aquella urbe en expansión gobernada por Gómez Laguna (a medias con los promotores-constructores) hasta hoy. Se alarmaron cuando Sáinz de Varanda fue alcalde al frente de una coalición que incluía (¡ay, Señor!) comunistas del PCE y del PTE. Pero el sobresalto apenas duró. Hasta la brusca irrupción de Zaragoza en Común.

Es difícil explicarse este plante del Real Zaragoza. Y más después de que el municipio le hubiera obsequiado (pese a la resistencia, es verdad, del equipo de gobierno) con una generosísima subvención. El comunicado de la sociedad anónima deportiva contiene frases muy campanudas, ignorando quizás que el equipo de nuestros amores atraviesa desde hace años su peor y más triste época y no está para alardes de ningún tipo. Resulta incomprensible.

Pero lo más alucinante es comprobar cómo, una vez más, la reacción contra ZeC alcanza cotas jamás vistas por aquí. Porque, queridos, es cierto que el actual alcalde y sus concejales son gente peculiar, provocadora, torpe, párvula, radical y metepatas. Pero su impacto está siendo mínimo: algunos ceses, algunos feos, alguna algarabía y nada más. No ha provocado giros importantes en la política urbanística ni ha logrado darles la vuelta a las adjudicatarias de servicios ni ha desvelado sucios secretos del pasado. ¿Por qué, entonces, tanta inquina, tanto pavor y tanto exceso?

Hala, venga, que mayo está a la vuelta de la esquina.