Hubo una época en la que los días como el de ayer, al afeitarme, veía al otro lado del espejo la absurda imagen de un tipo afligido por las circunstancias políticas y económicas de su país. A veces, observaba en mi contrafigura el aire desconcertado de los gilipollas. Ahora no me miro al espejo. Y menos en una jornada como esta. El expresidente Aznar ha sido multado por Hacienda (setenta mil del ala y una complementaria por otros ciento noventa mil euros... el pajarito). El ministro Soria ha pasado de decir que lo de Panamá no y no, a precisar que no pero sí y finalmente (tras aparecer su firma en un documento que confirma lo que él niega) que sí pero no. Mario Conde ha ido al talego (pese a jurar por sus muertos que no trajinaba dinero del pellizco de Banesto, sino ¡de una herencia!). El alcalde Granada, autor de aquel breve poema sobre la elegancia de las señoras desnudas, ha sido pillado en un mal paso urbanístico... Huyo pues, cual Drácula, de las superficies capaces de reflejarme. Me río tontamente como una hiena a la que los leones dejaron sin almuerzo.

No escribiré sobre esta gentuza, me digo cada mañana. Pero luego la actualidad empuja sin compasión. No es sólo que estos o aquellos aparezcan en la cotidiana graduación de la academia del trinque. Es que sale Montoro a la palestra y achaca el incumplimiento del objetivo de déficit... al pago de los tratamientos para los enfermos de hepatitis C. O bien los portavoces del Gobierno de Aragón, con el presidente Lambán a la cabeza, se hacen los suecos o mienten sin cortarse un pelo cuando han de explicar por qué las organizaciones de discapacitados intelectuales y sus centros especiales de empleo están siendo abandonados a su suerte, de forma que pasan meses y meses sin que la Administración les pague lo que les debe.

No hay dinero, claro. No lo hay porque la delincuencia fiscal ha arraigado en la alta sociedad. Eso sí, los mismos que incumplen sus más elementales deberes ciudadanos nos dan lecciones de patriotismo, sea en versión españolísima o supercatalana. Que la bandera no quita la sociedad opaca. Monta tanto Pujol como Rato.