Como hombre sociable que soy me agrada relacionarme con el resto de mis semejantes, en especial cuando tienen algo que enseñarme o son divergentes.

Muchos de estos amigos o conocidos dedican sus esfuerzos a la administración pública y algunos son políticos más o menos profesionales, con los que debato, analizo, discuto...

Preguntándoles, sobre todo, qué es lo que les llevó a la alta misión de dedicarse a conducir los destinos públicos, y qué esperanzas tenían de cambiar, de mejorar las cosas, y con qué herramientas contaban y cuentan.

La mayoría de ellos, al contestar, se extendía y se extiende en vaguedades, frases y hechos comunes, o se limita a plagiar o a modificar ligeramente medidas o proyectos ajenos, importarlos, impostarlos... Y en tal caso yo solía (suelo) preguntarme (y preguntarles): "¿Pero qué hará este hombre aquí, con lo bien que estaría en su casa?"

El príncipe de las paradojas, el inglés Gilbert K. Chesterton, escribió sentenciosamente: "Dejemos --ya es tiempo-- de hacer preguntas; vayamos ahora en busca de respuestas".

Ésta y no otra es la eterna cuestión, la misma de cada uno y de todos los tiempos. Los nuevos políticos, los que no se han querido quedar en sus casas porque afirmaban tener respuestas, soluciones, a los problemas del país, ya han llegado al poder.

Las mareas, los podemos, los círculos y comunes están ya en los municipios, que es donde de verdad se pueden hacer cosas diferentes, divergentes, y tal vez cambiar la realidad, o por lo menos intentarlo.

Pronto es para percibir cambios en apenas cien días de gobierno, pero ya se ve, por ejemplo, que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, opera como un monitor de tiempo libre. De perfiles más sugerentes como el de Ada Colau, en Barcelona, o Pedro Santisteve, en Zaragoza, cabrá esperar algo más que ir o no, comulgar o no con la fiesta de los toros o en las misas de las fiestas de guardar.

Es momento para dar respuestas y hacer planes concretos de acuerdo a presupuestos de progreso más ideológicos --qué remedio-- que financieros, sin olvidar que, según Chesterton, al que antes citaba, la madre del cordero es que el progreso "no puede progresar" y que, además, no hay lana.