Pues el delito mayor del hombre es haber nacido», se lamenta Segis-mundo en La vida es sueño, el famoso drama de Calderón. Tras el desastre de la II Guerra Mundial, fue ingente el número de niños desamparados sin hogar, abandonados a su suerte. Se hacía imprescindible una actuación urgente, orientada a paliar el terrible destino de estos huérfanos. Nació así Aldeas Infantiles SOS, de la mano de Hermann Gmeiner; desde entonces, las grandes migraciones huyendo de catástrofes, de la guerra o del hambre, han sido una constante en un mundo donde la miseria o la sinrazón se bastan por sí solas para desencadenar una secuencia de desafección en la que los niños constituyen las víctimas más significativas. Hogares rotos o, simplemente, inexistentes son el germen de un estigma cuyas secuelas gravarán de por vida el futuro de estos chiquillos. Aldeas Infantiles proporciona lo más parecido a un hogar a quienes no pueden encontrar el suyo, prolongando su intervención hasta la completa emancipación de los jóvenes. Su contribución se vuelca tanto en aspectos afectivos como materiales, con particular cuidado en no separar a hermanos biológicos. En la actualidad, esta ONG se extiende por 133 países, localizándose una de sus 546 aldeas en Villamayor de Gállego. Su labor es tan eficaz como callada, ajena al aplauso fácil y a fachadas altisonantes; por ello el reconocimiento que supone el reciente premio Princesa de Asturias de la Concordia ha de valorarse con especial cariño. En palabras de Pedro Puig, presidente de Aldeas en España, «Este es un premio para todos los niños». Por fortuna, nadie como ellos, cuyo único delito es haber nacido, responden tan maravillosamente al cariño, cuidados y atenciones que reciben. H

*Escritora