Si se toman medidas urgentes y muy drásticas (que no se tomarán, digan lo que digan EEUU y China), a finales de este siglo la temperatura habrá subido sólo dos grados. En caso contrario el aumento alcanzará tres, cuatro o hasta cinco grados. El Sahel africano seguirá desertificándose, las llanuras de Oriente Medio serán un infierno y el Ártico se licuará. Todo el planeta sufrirá las consecuencias. Además de un incremento de los desastres naturales, los cambios climáticos desarticularán economías, provocarán grandes pérdidas en la agricultura y causarán terribles trastornos de todo tipo, enfermedades incluidas. Por eso, en la cumbre de París, celebrada al rebufo de las alarmas antiterroristas desatadas tras el sangriento 13-N, se está tratando algo muy serio y muy grave. Más incluso que el terrorismo yihadista. A la postre, a los fanáticos que matan y se matan en nombre de Dios se les puede neutralizar de muchas formas (el poder militar del islamismo radical es ridículo, comparado con el de Occidente, Rusia y China), pero al calentamiento global no ha habido nadie capaz de ponerle freno.

Nuestro Mariano ha prometido no sé que cosas en las reuniones de la cumbre parisina. Mientras tanto, la gran multinacional española de las renovables, Abengoa, agoniza víctima de los compadreos y anticompadreos políticos, de una gestión deplorable y de la incapacidad de los bancos para actuar con inteligencia y sentido común. Así funciona la marca España: ineficacia, mamoneo, corrupción y ruina. Los neocones nacionales se frotan las manos. Con las renovables fuera de combate, sólo queda un último recurso, su recurso: la energía nuclear. Es peligrosa, sucia y cara, pero...

La gran manifestación por el clima que se debía celebrar en Paris el 29 de noviembre no se celebró (prohibida en aplicación del estado de emergencia). La posibilidad de ir acabando ya con el uso de derivados del petróleo es muy escasa, por no decir nula. La gente se asfixia en Pekín. Sin embargo, en Madrid, la alcaldesa Carmena casi tiene que pedir perdón por limitar la velocidad de los coches ante el aumento de la contaminación. Alucinante.