Ya puede estar tranquila Maru Díaz, que el PSOE de Teruel no ha de ponerle querella alguna, ni cosa parecida. A la postre, la portavoz de Podemos en las Cortes aragonesas no se ha salido tanto del tiesto. Será duro lo que dijo de los socialistas. Pero éstos, en vez de encabronarse y amenazar con represalias imposibles, mejor harán en poner algo de su parte para que el personal (no sólo los amigos de Echenique) deje de verlos como una organización básicamente sospechosa. Antonio Arrufat jamás debiera haber sido delegado de la DGA en Teruel, porque ya se sabía que podían engancharle (con razón o sin razón, que eso ya se verá) en el tema de la denominación de origen, oscuro y lamentable asunto del que todavía no acabamos de hacernos una idea cabal (para colmo, el tal Arrufat también es jamonero). Y del alcalde de Calanda... ¿qué se puede decir? Fíjense si la cosa tiene miga que al actual regidor de dicha localidad y a su predecesor en el cargo y compañero de militancia los denunció (al parecer con algún fundamento) un Sumelzo, constructor él, que resulta ser no el padre de Susana, la candidata al Congreso por Zaragoza, sino un hermano. Culebrón al canto. Tampoco la dama mencionada es precisamente la mejor cabeza de cartel.

Ojo, que aquí nadie ha sido condenado por nada (aún está pendiente incluso la vista oral por la gran causa derivada de la Operación Molinos en La Muela). No estamos hablando (todavía) de ilegalidades manifiestas, sino de manifiestos yerros estéticos. Ya saben: además de ser honrado hay que parecerlo. algo fundamental si queremos salir del círculo vicioso en que chapoteamos desde hace lustros.

El PSOE aragonés debería esforzarse un poquito más en merecer el voto que pronto pedirá. Sin necesidad de tener a los de Podemos ojo avizor, en plan Pepito Grillo. Es cierto que en España y sus naciones la moral pública ha caído muy bajo. Pero algún día habrá que abrir las ventanas, dejar que corra el aire y poner fin a este delirio, en el que los idiotas se aferran al y tú más mientras los agudos (o sea, los sinvergüenzas) convierten la corrupción en seña de identidad patriótica.