En las izquierdas cunde estos días la depre y el abandono. El personal ha visto llorar a Sánchez. Ha contemplado cómo se daba la vuelta Hernando (el del PSOE). Ha flipado al escuchar al otro Hernando (el del PP) encampanarse en el Congreso, insultante de alegría. Ha meneado la incrédula cabeza ante el bajo rendimiento parlamentario de Iglesias. Se ha consolado con el agradable sentido común de Balldoví (el de Compromís) y los flipes radicales de Rufián (el de Esquerra), pero siendo el uno valenciano-valenciano y el otro catalán-supercatalán siempre queda la duda de si sus actuaciones atañen al resto de los españoles. Y por enésima vez se ha repetido el eterno lamento respecto de la maldita división, el cainismo, el sectarismo, la traición y otros fantasmas históricos.

Pero esta no deja de ser una impresión momentánea, como lo es todo cuando la vida corre a una velocidad vertiginosa. Si en los últimos tres años han pasado cosas tan inesperadas e inauditas (no las relato, pero son evidentes), imaginen lo que puede suceder de aquí al 2019.

Sí: el PSOE de la Gestora ha confirmado su condición de zombi (no de aquellos de Guerra mundial Z, que corrían y brincaban como posesos, sino de los lentorros y atontaos de La noche de los muertos vivientes). Pero el propio Sánchez o Borrell han quedado como señores. Y aún no han dicho su última palabra.

Cierto también que en Podemos el triunvirato Iglesias-Bescansa-Echenique se ha estancado en un discurso que discurre (valga la redundancia) por la obviedad, el exabrupto sin sentido y la incapacidad programática. Pero Errejón dice otras cosas mucho más propias y exhibe una inteligencia política muy superior.

Además, a la izquierda (o abajo, si lo prefieren) existe un espacio que, si se queda vacío, alguien ocupará. No deja de ser sugerente que los críticos (por llamarlos de alguna manera) tanto del PSOE como de Podemos digan cosas similares, tengan talantes parecidos y estén en condiciones de convencer a mucha más gente que sus respectivas direcciones oficiales. Al loro pues.