Ha explicado el experto Fernando Reinares las últimas semanas la adhesión que concita, a partir de una asombrosa y sofisticada campaña de comunicación, la organización terrorista yihadista Estado Islámico en la mayoría de musulmanes radicalizados en las sociedades occidentales, incluida España. En este artículo quiero focalizar mi atención en estos musulmanes de los que habla Reinares y, muy especialmente, en algunos de ellos, los hijos de los inmigrantes nacidos aquí o venidos a edades muy tempranas. Trato de responder de forma parcial, eso sí, a la pregunta de por qué deben de sentirse tan fascinados por esta campaña de comunicación; por este terrible producto de márketing de Estado Islámico.

Esta organización vende un sueño a todas luces irrealizable pero romántico: el califato. Y combate a un enemigo poderoso: Occidente. Es bien sabido que un buen enemigo une al grupo antagónico. Por su parte, algunas de estas personas en las que hemos focalizado la atención viven en un mundo que ellos perciben como hostil y excluyente y, efectivamente, en ocasiones lo es.

Una de las salidas que se le puede dar al resentimiento es ahora el pensamiento yihadista radical. De la misma forma que las ideas de extrema derecha lo son para jóvenes europeos desencantados, celosos, resentidos con ese otro diferente con el que hay que compartir el país, el yihadismo radical se alía con los celos y la rivalidad de algunos inmigrantes desnortados.

El filósofo marroquí Mohamed Abed Al Yabri, en su libro El legado filosófico árabe, dice que el salafismo religioso había alzado a modo de estandarte los principios de "autenticidad", "adhesión incondicional a los orígenes" y "salvaguarda de la identidad", entendiendo que la autenticidad, los orígenes y la identidad son el islam: el verdadero, no el de los musulmanes actuales. La lectura del legado cultural de tipo salafí recrea y sacraliza el pasado y, para los problemas de presente y futuro, no sabe sino proponer soluciones prefijadas. Y en este caso sería el califato. A ojos de muchos, un sueño --de grandeza por supuesto--, una idea por la que vale la pena luchar. Ante la exclusión, el yihadismo ofrece a esas personas autenticidad (falsa, claro) y adhesión a los orígenes.

Actualmente, sabemos que los procesos de inclusión y exclusión social actúan como factores decisivos en el proceso de aculturación de los inmigrantes, y especialmente de sus hijos, y determinan en buena parte la definición identitaria que tanto el individuo como las comunidades hacen de sí mismos. La inclusión promueve los aspectos de la personalidad más evolucionados, como el amor por uno mismo y por el prójimo, la capacidad de amar al país que acogió a los padres y/o a uno mismo y de identificarse con sus valores y también el desarrollo de una identidad compleja, aditiva, múltiple. En cambio, la exclusión favorece la personalidad defensiva, la idealización del origen y el victimismo.

Vamik Volkan (profesor emérito de psiquiatría en la Universidad de Virginia, gran conocedor de las repercusiones de las tensiones étnicas en la identidad de individuos y grupos) dice que cuanto más amenazada está nuestra identidad colectiva, más nos enganchamos a ella y hacemos todo tipo de cosas para protegerla. Incluso actitudes masoquistas o sádicas (el terror yihadista tiene componentes sádicos evidentes y también masoquistas). La exclusión genera sentimientos de resentimiento y humillación. Y uno de los canales que da salida a esos sentimientos, según el autor, es la idealización del victimismo. Algo que legitima la violencia hacia este supuesto otro que excluye.

Es lógico incluir, por lo tanto, al islam como una variable de esta ecuación compleja que llamamos integración. Otra cosa es convertirla en la principal, un error muy frecuente cuando tratamos de explicar la fascinación de algunos hijos de la migración por este terrorismo. Edward Said ya escribió hace muchos años que sería suficiente un mínimo de empatía para imaginar sin dificultad que un musulmán puede sentirse incómodo con la insistencia implacable con la que su fe y su cultura son presentados como fuente de amenaza y asociados de una manera tan determinista con terrorismo, violencia y fundamentalismo.

Pero es que además lejos de arrojar luz sobre el tema, lo que hace es aumentar la grieta que separa a los ciudadanos de un país. Es una prueba clara de la estigmatización y, en definitiva, de la exclusión. Lo que no es de recibo es atribuir esta violencia al hecho de ser musulmanes. Es decir, como afirmaba Said, a su defectuosa naturaleza. Dicho esto, déjenme también mostrar mi total estupor. Resulta tristemente incomprensible entender cómo alguien puede sentirse atraído por este macabro márketing.

Psicólogo y escritor