Los creadores españoles no pueden compatibilizar pensión y derechos de autor. Es decir, aquellos escritores, ilustradores, actores o cantantes que pueden percibir una pensión deben renunciar a ella si quieren seguir cobrando derechos por las obras que produzcan o por las ya producidas. Esto, traducido a la realidad de un país de miseria intelectual como este, es lo mismo que condenar a los afectados a la indigencia o a la mutilación mental. La mayoría de creadores de este país se limita a subsistir. Muchos no consiguen ganar un mínimo con su obra, por lo que deben compaginarla con otros trabajos que son, precisamente, los que les permiten acceder a una pensión. Con la reforma del Gobierno de Rajoy en el 2013, eso ya no es posible. Hay que elegir: o pensión, o continuar creando. O hacer esto último sin cobrar. Por amor al arte, vamos. No es algo tan perverso como un intento de censura a través del chantaje económico. Parece algo bastante más simple e inane. El producto de un profundo desinterés, de un atávico desprecio hacia el conocimiento, hacia la cultura. ¿Para qué sirve un creador? ¿A quién le interesa un viejo diablo que se dedica a pensar? En este país donde el engaño y el clientelismo son más jaleados que el esfuerzo y el mérito, en esta España que adoró el becerro de oro, el dinero fácil y el latrocinio, los paseos en yate en bañador amarillo y los bolsos Louis Vuitton, un viejo escritor al que no le salen las cuentas es la viva imagen del fracaso. Los vicios, que se los pague cada uno. Escritora