Son tantos y tantos los merecidos elogios volcados sobre la recién acabada Expo, que uno no sabe inventarse más. Todo ha sido muy bonito, los voluntarios ejemplares, las colas insoportables y pura demostración de un cierto tercermundismo, la proyección nacional e internacional lamentables y, por supuesto, como no podía ser de otro modo, algunos se han lucrado más que otros. Vivimos en una ciudad más que compleja, que tan pronto loa hasta el ridículo las proezas de su equipo de fútbol como es capaz de odiarlo hasta la desesperación. Tal vez por ello convendría esperar un tiempo para realizar un balance más ajustado sobre el evento recién terminado, previo análisis de todos los datos posibles: inversiones reales, aportaciones y deudas, entradas vendidas y visitantes gratis total, reutilización de Ranillas, etc. Pero como nuestros políticos y sus fans son unos cachondos, pues nada, todo perfecto, la vista puesta ya ¡en otra nueva Expo para 2014!, que la horticultura bien se lo merece. El alcalde Belloch, con todo merecimiento, está flotando de satisfacción entre una marea de halagos que perfectamente debería llevarle a pensar en el inevitable final de ciclo que todo político debe acometer antes que después. Y para salir por la puerta grande debería abordar los problemas e infraestructuras de la otra Zaragoza, los barrios, tan abandonados por la mano de Dios. Su brazo derecho, Jerónimo Blasco, que muy pronto entrará a formar parte de la cúpula municipal, tiene ahí tajo para ir confirmándose como soñado recambio. Profesor de Universidad