El mundo está tan lleno de grandes canallas que muchos de ellos alcanzan porcentualmente las más altas cotas y esferas de poder. Porque a los canallas, grandes y pequeños, les gusta el poder.

De etimología latina, procedente de can, perro, canalla designa a aquella persona de bajo o ruin proceder, proclive a cometer perrerías. Y Thomas Spencer, el personaje protagonista de la nueva novela de Julia Navarro, Historia de un canalla (Plaza & Janés) que esta tarde se presenta en Zaragoza, es, ciertamente, no solo un granuja, no un corrupto (que también), sino un grandísimo canalla.

Al extremo de representar, en esta novela y fuera de ella, porque el personaje de Spencer reúne proyección, una determinada encarnación del mal.

La que tiene que ver con el ascenso meteórico en la escala social a base de hundir a los demás en la miseria, de traicionar incluso a las personas que han confiado en uno y de considerar a todo aquel que se cruce en su camino como un competidor.

Thomas solo vive para su loca carrera hacia el poder, hacia la cumbre de esa esfera de cristal en la que, ya cerca del cielo, se sientan los presidentes, los financieros, los señores del petróleo y de la guerra. Desde abajo, el ascenso es duro, y más en las dos hipercompetitivas ciudades en las que discurre la trama, Londres y Nueva York, pero Thomas no desperdiciará un solo minuto, una sola línea, en considerar otra actividad más tranquila, familiar, cotidiana. Ha nacido para mandar, enriquecerse, y a ello orientará su vida.

Destrozando, de paso, las vidas de las demás, incluidas las de su mujer, las de su madre, padre, hermano, amigos... Hay algo en él de aquellos personajes de Albert Camus, de El extranjero, por ejemplo, incapaces de albergar o expresar sentimientos, pero, al mismo tiempo, mayor dinamismo y eficacia con el mal. Carente de la menor empatía, Thomas contempla al prójimo como una mera herramienta para sus fines, que poco a poco, muy contra los deseos del lector, van tomando forma, ensamblándose en la sociedad, contaminándola, corrompiéndola como el chapapote a la limpia marea, hasta sernos difícil separar la mácula moral del principio ético, el bien del mal, como si ambos no fueran sino las caras de una moneda.

Una novela para revisar moralmente el mundo de hoy.