Tiene cosas tan positivas este Zaragoza y ha adquirido tal velocidad de crucero que casi da miedo soñar. Demasiados años de penuria y zozobra que desgastan el corazón y abrasan el alma. Quizá por eso, el zaragocismo empieza a sentir cierto vértigo. Por fin, las cosas salen bien. El Zaragoza ya está en puestos de play off y lo que te rondaré morena. Se ha ganado a pulso el derecho a luchar por todo. A soñar con todo. Y eso, para una afición castigada y maltratada, es maravilloso, sí. Tanto que asusta. Es la ley del deseo. Mientras no se consiga aquello considerado lo más preciado, su atractivo crece. Pero cuanto más cerca se está de lograrlo, más crece el miedo a no hacerlo.

Aunque la victoria en Pamplona es de las que obligan a preguntarse si, realmente, este es el año. El Zaragoza ganó porque tenía que ganar. Tal vez estaba escrito. Quizá Cristian lo sabía y por eso desbarataba ocasiones claras de gol como el que se sacude una mota de polvo de la camisa. Solo hay una cosa que asombre más que el extraordinario rendimiento del portero: la tranquilidad con la que trabaja. Cristian es algo así como un mensajero de la paz. Un guardián sereno. Un ángel custodio. Sólo así se entienden algunas de sus innumerables actuaciones sobrenaturales. Tiene alas.

El argentino, no podía ser de otro modo, es adorado por el vestuario. También Borja, segundo componente de esa columna vertebral que también integran Eguaras y Perone. Dicen los expertos que disponer de jugadores determinantes en ese eje central es garantía de éxito. Pues el Zaragoza los tiene. Otro motivo para el vértigo.

Ellos forman parte de un vestuario excelente repleto de futbolistas jóvenes y comprometidos. Ayer, de nuevo, la práctica totalidad de los no convocados quisieron estar con los suyos en Pamplona. Por su cuenta y porque les dio la gana. Punto. Aquella piña que se conjuró para sobrevivir en los peores momentos, cuando se quebró la conexión con Natxo, disfruta ahora de la satisfacción del trabajo bien hecho y de haber rescatado la sintonía con el entrenador. Tan justo es reconocer el mérito del catalán en este asunto como el de un vestuario que derrochó unión para hacer la fuerza tras haber derrochado fuerza para hacer unión.

Hoy, el Zaragoza es un equipo. Con todo lo que eso conlleva. Quizá no mereció ganar. Tal vez fue beneficiado por alguna decisión arbitral. Y puede que, por primera vez en mucho tiempo, fuera inferior a su rival en una primera parte en la que se encomendó a su ángel de la guarda, pero ganó porque creyó en ello. Es el colosal poder de la fe. Como el de los sueños.