Contó Ángel Nieto que cuando ganó su primer mundial, en 1969, estaba en la mili, lo que le complicaba salir del país, y más a las repúblicas del Este, tan comunistas. Añadió una confidencia tremenda: cuando volvió de Yugoslavia, le dijeron que Franco iba a recibirlo y que tenía que ir vestido de militar. El piloto, soldado de a pie, esquivó aquel delirio fascista como una chicane más y fue vestido con el uniforme de la federación. Es una anécdota, pero ilustrativa del ambiente que rodeaba al deporte de élite en la dictadura. Franco se aprovechó de los deportistas como lo hizo de las folclóricas. Si Lola Flores y Carmen Sevilla vendían una idea de la España eterna y cañí, los campeones demostraban que el país salía del subdesarrollo y podía competir con franceses, ingleses e italianos. Pura farsa. Ni las divas de la copla ilustraban la sensibilidad del país, ni los campeones de aquella España representaban el nivel medio de deporte, huérfano de títulos y medallas olímpicas. El franquismo elevó a mitos a Bahamontes (ganó el Tour de 1959), Santana (campeón de Wimbledon en 1966), Fernández Ochoa (oro en los Juegos de Sapporo de 1972) y a Ángel Nieto. Lo mismo hizo con el Real Madrid de las copas de Europa, vengador del rechazo que las democracias mostraban al impresentable régimen. Franco no sabía nada de motos, pero sí de propaganda. Por eso montaba recepciones y galas benéficas con cantantes de éxito. Pero sería tan ingenuo pensar que aquellos héroes eran franquistas como ignorar que en la democracia se recurre a figuras del deporte para transmitir ideología.

*Periodista