En 1920, el ornitólogo británico Henry Eliot Howard introdujo en la ciencia etológica el concepto de territorio animal. Comprobó que, en muchas especies animales, los individuos marcan el área sociogeográfica que habitan de forma muy clara y persistente a través de distintos medios, para defenderse de sus congéneres o de otras especies.

Esta defensa del territorio solo adopta la violencia en casos excepcionales. Lo usado más habitualmente son despliegues visuales (colores intensos), auditivos (reclamos, twitts) y olfatorios (orinas, heces y otras secreciones de glándulas odoríferas)

Cuando Aristóteles describió al ser humano como “animal político” debería intuir quizás también que era un animal territorial. Y no porque adivinase que, 2.300 años después de su muerte, circularían a los pies de su querida Acrópolis manadas de gorilas con banderas de Amanecer Dorado.

En los últimos días, varios líderes españoles y extranjeros han demostrado estar particularmente dotados para marcar territorios, aunque con formas mucho más sutiles que otros vertebrados, como los cánidos, que orinan en los árboles y las esquinas, o los gatos, que arañan o se frotan en objetos.

Luisa Fernanda Rudi, presidenta del Gobierno aragonés, ha ordenado que se promulgue una ley que niegue que el catalán es la lengua que se habla en las comarcas orientales de su comunidad autónoma. En esta zona, conocida en Catalunya como la Franja de Ponent, se habla, según Rudi, el “aragonés meridional”. La pretensión de la dirigente conservadora insulta la ciencia lingüística, pero cuadra con la estrategia de los animales territoriales. A Catalunya, solo agua y porque no hay otro remedio. Y si la polémica del “aragonés meridional” se encrespa, mejor. Servirá de cortina de humo para eclipsar el conflicto de los mineros turolenses. En este caso, Rudi aplica la táctica de otro animal, la del calamar fugaz con su tinta, de la que es una consumada experta su correligionaria Esperanza Aguirre.

El mismo día que el Gobierno aragonés marcaba su territorio en la frontera con Catalunya, el jefe del Estado español viajaba sin muletas hasta los confines del reino para dejar patente su apoyo a quienes defienden y residen en la zona limítrofe con Gibraltar. Vestido de capitán general, Juan Carlos I visitó Algeciras para solidarizarse con los pescadores, que han sido hostigados por la policía llanita, y dar palmadas en la espalda a los guardias civiles destinados allí.

El viaje del Rey -cuyos cuerpo y ánimo se resienten aún del grave resbalón de Botsuana- se produjo pocos días después de una estancia de tres días de Eduardo de Inglaterra, benjamín de la hembra alfa del Reino Unido, Isabel II. Pese a hacer muchos lustros que han perdido su imperio, a los británicos les sigue gustando frotarse el lomo para dejar su impronta en las colonias que quedan. Una de ellas, las Malvinas-Falkland, sirve de revulsivo a otra experta en cortinas de humo como Cristina Fernández Kirchner, a la que le cuesta poco envolverse con la bandera albiceleste y reivindicar la soberanía de aquellas islas perdidas. En la reciente cumbre del G-20, la nacionalizadora de Repsol aprovechó para enzarzarse en una discusión con el premier David Cameron a cuenta de las Malvinas-Falkland y las señales auditivas para delimitar patrias pudieron oirse claramente en Los Cabos (México). Por cierto, Kirchner y Rudi tienen otra característica común además de su acentuado instinto defensivo: la aversión a las ruedas de prensa.