Los años enseñan muchas cosas que los días jamás llegan a conocer. Y el 2003 ha sido especialmente fructífero en acontecimientos de gran relevancia para España y para Aragón; 365 jornadas plagadas de éxitos y de sinsabores sobre las que corresponde reflexionar como una enseñanza para el futuro. Por encima de todo, el 2003 ha sido un año de movilización social. Quizás el mayor fracaso colectivo lo constituyó que la protesta sostenida en la calle contra la guerra, de la que nuestra comunidad participó activamente, no hiciera entrar en razón al Gobierno de José María Aznar. Como quedó reflejado en manifestaciones multitudinarias y plurales, la sociedad se mostró mayoritariamente en contra de la graciosa decisión del Gobierno de apoyar la intervención militar de EEUU en Irak, calificada de ilegal por la mayoría de expertos en derecho internacional. El propio Centro de Investigaciones Sociológicas ratificó posteriormente con datos empíricos el rechazo masivo a un ataque y puso de manifiesto la equivocación de los populares, que cerraron filas con su líder tras la ya histórica cumbre de las Azores en la que los presidentes norteamericano, George Bush, y británico, Tony Blair, además del propio Aznar, en su triste papel de mera comparsa, lanzaron un ultimátum al hoy derrocado y detenido Sadam Husein. Este divorcio entre la sociedad y sus gobernantes convulsionó la vida política del país, pese a que EEUU tomara el poder a las pocas semanas de la invasión. La guerra fue todo un fiasco para las fuerzas aliadas, que aún buscan y no encuentran las supuestas armas químicas que justificaron una guerra desproporcionada contra un país que, como todos pudimos ver, carecía de capacidad de respuesta ante la maquinaria de guerra angloamericana. La ocupación del territorio iraquí y el envío de tropas desde España no han abandonado la primera plana, especialmente cuando siete espías españoles fueron asesinados cerca de Bagdad en una de tantas emboscadas tendidas desde el supuesto final de la guerra a las tropas invasoras.

Pero si de movilizaciones por una causa justa hablamos, 2003 ha sido otro año de gran concienciación social en las calles de Aragón contra el trasvase del Ebro y en defensa de los intereses de esta tierra. Entre tanto sinsabor por una guerra injusta, inacabada, inapropiada... infame, y de rechazo a un Gobierno que desoyó a sus gobernados, hubo otra vez hueco para protestar en la calle y para pedir la retirada del Plan Hidrológico Nacional, justo el año en el que el PP decidió quemar las naves para llegar a estas fechas con financiación europea aprobada y con obras a punto de comenzar. Y ninguna de las dos cosas, afortunadamente para Aragón, ha ocurrido de momento. La primera porque el PHN despierta muchas dudas en la Unión, cuya comisaria de Medio Ambiente no deja de pedir datos y reclamar tiempo para estudiarlo a fondo. La segunda porque, por más que el Gobierno central haya adelantado al máximo todos los trámites administrativos necesarios para el inicio de los trabajos, es imposible que un proyecto de este calado arranque a los meses de ser aprobado cuando además se ha perdido a un aliado tan importante como la Generalitat catalana. Técnicamente, la obra del trasvase podrá comenzar en Murcia o en Almería, pero donde hay que tomar el agua, en Tarragona, los trámites van, e irán, mucho más despacio.

Pero lo relevante ahora, además de recordar la crispación que produjeron estas dos decisiones gubernamentales --la guerra y el trasvase--, es ensalzar la capacidad de respuesta de una sociedad que a veces se percibe adocenada por un trabajo competitivo, acomodada por un pretendido bienestar material y dominada por un adoctrinamiento mediático perverso. Quizás, como cuerpo social, no sepamos lo que queremos, pero tenemos muy claro lo que rechazamos, y ha habido buenas muestras de ello en los últimos meses. De los movimientos sociales de respuesta --el No a la guerra o el No al trasvase --, quienes rigen nuestros designios tienen que tomar buena nota y obrar en consecuencia. En unos meses, los partidos volverán a pedirnos el voto, y es entonces cuando el ciudadano puede y debe exigir, más allá de promesas electorales y de lugares comunes, claridad ante los temas que preocupan realmente. Compromiso ante aquellos asuntos que han lanzado a la gente a la calle, como la guerra o el trasvase; decisiones realmente importantes ante las que se requiere una respuesta unívoca y donde las medias verdades o las declaraciones de intenciones no tengan cabida.

2004 es un año electoral con caras nuevas en los carteles y con problemas distintos, con circunstancias en el tablero político que hace cuatro años no podíamos ni imaginar y en un momento económico cambiante, puesto que por no tener no tenemos ni la misma moneda. Después de un año tan intenso, tenemos la obligación, más que el derecho, de exigir una campaña electoral abierta y sin medias tintas, con pronunciamientos claros acerca de aquello que nos preocupa y por lo que fuimos capaces de vivir un 2003 movilizados por el despertar de la conciencia colectiva.

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