Juliá se marchó aborrecido, desconcertado por lo que entendió una lapidación pública desmedida hacia su figura, echanco culebras por la boca de algunas personas del club y sorprendido por el Real Zaragoza que se había encontrado, que nada tuvo que ver con el que esperaba encontrarse. Entre otros factores, a falta de tres meses para el final de la Liga, el equipo está tan alejado del playoff como consecuencia de su mala planificación del verano.

A excepción de la portería, donde falló estrepitosamente con su extravagante apuesta por Irureta, el ejecutivo catalán consiguió formar un once muy competitivo. Buena prueba de ello es que Agné ha edificado el esqueleto de su equipo sobre la base del inicio y que esa alineación aglutina un consenso social mayoritario. Sin embargo, Juliá dejó abierto un profundísimo agujero negro a las espaldas de los jugadores principales, especialmente en la defensa: cada vez que Bagnack, Popa, Casado e Isaac entraban en escena, el nivel se precipitaba al vacío. Más arriba, Barrera tampoco fue nunca una solución.

Por ahí, por ese rompecabezas sin arreglo en la portería y en la defensa, unido al deficiente trabajo de los entrenadores, al rendimiento muy irregular de algunos de los jugadores más importantes y a la concentración de lesiones en hombres clave, es por donde se despeñó el Zaragoza hasta la posición actual.

Sin embargo, los refuerzos del mercado de invierno han elevado el horizonte colectivo de la plantilla. Salvo Saja, ninguno es titular ni una figura. Pero su presencia permite que en ausencia de alguno de los elegidos, el equipo no se caiga como se caía. Con los 19 de Córdoba, el Zaragoza puede competir y ganar a cualquiera. Sin lesionados, ya tiene plantilla. No una antiplantilla.