Italia ha perdido a un buen político, Mateo Renzi, y se ha ganado una nueva recaída en su ya tradicional inestabilidad política, con el cuarto presidente en otros tantos años y ni el menor asomo de estabilidad en el horizonte.

La reforma constitucional propuesta por Renzi no era ningún disparate, sino una apuesta por cambiar de una vez por todas algunas de las muchas cosas que no funcionan en la política italiana.

Por ejemplo, el sistema bicameral, con un Senado que, a diferencia del español, por completo inoperante, es paralizante. Asimismo pretendía el bueno de Renzi cambiar la ley electoral, y ahí es donde le han esperado el resto de líderes, absolutamente opuestos a que sus privilegios electorales, como partidos minoritarios, se reduzcan en favor de las mayorías.

Algo parecido sucede en España, donde partidos como el PNV, que en el conjunto del país deberían pintar tanto como Pichorras en Pastriz, son determinantes, exigentes, inclinan balanzas, deciden gobiernos, presupuestos, leyes, inspiran cambios estatutarios o los exigen en la Constitución. Con las mismas ventajas juega el nacionalismo catalán, de modo que un Puigdmemont a la baja en su Comunidad, donde gobierna por los pelos, puede permitirse los mismos lujos o mayores que los vascos, tocarle los cojinetes al Estado o los cojines a la Corona.

Así, las cosas, el Día de la Constitución nos deparó una nueva noche de Mariano Rajoy, dormido, o en la duermevela de esas reformas que nunca se llegan a aprobar, pues hay, dice el presi, que estudiarlas, consensuarlas, pensarlas en profundidad, etcétera.

Curiosamente, algo parecido vino a afirmar Javier Fernández desde el PSOE en funciones, que no tengamos tanta prisa en cambiar nada, que España no es esa nación de naciones que plantean algunos, que hay que andarse piano (Si va piano va lontano, dicen en Italia), no nos pase como a Renzi. Y es que cuando las barbas del vecino transalpino ve Rajoy pelar, no va a ir al barbero.

Desde Aragón, Javier Lambán ha pedido, también con prudencia, reformas constitucionales, particularmente en lo que respecta al capítulo territorial.

De nuestra ley electoral, en cambio, nadie se acuerda. Una vez más, ha hecho sus servicios, dejando a todos contentos, y desconcertado al votante español. La política es el arte de la divagación y la espera.