Vivimos unas semanas negras paras las organizaciones humanitarias. Si es usted socio de Unicef, Oxfam o Médicos sin Fronteras, como es mi caso, en esta semana habrá recibido las cartas de sus directores. Los socios de Save the Children pronto recibirán la suya, imagino. Las misivas son largas, demasiado para los tiempos que corren. En ellas se esfuerzan los responsables por condenar el acoso, la discriminación y el abuso sexual, para tranquilizarnos, en definitiva, y desmarcarse de la conducta impropia de algunos empleados que han abusado o mantenido relaciones pagadas y desiguales en las misiones de cooperación. Hace unos años conocí el trabajo de Oxfam en Mauritania. Viajé con su equipo local durante dos semanas y me enamoré tanto del país como de su trabajo. Desde entonces colaboro con ellos cuando puedo. Sé que a veces nos ciega la pasión y que, por afán de defender a los que queremos, nos negamos a ver sus errores. Les pasa a muchos simpatizantes del PP. Ante los casos de corrupción se engañan a sí mismos diciendo «todos los partidos son iguales, los demás también lo hacen» o bien «esto es una persecución política» o «son solo unos pocos garbanzos negros». Yo también me lo digo cuando pienso en las denuncias por acoso o proxenetismo en las oenegés que apoyo. La diferencia es que sé que Oxfam y Médicos sin Fronteras tomarán medidas. Está en su ADN. No voy a dejar de apoyarlos. Es más, incrementaré mi aportación para compensar las de quienes se dan de baja. Las comunidades e individuos a los que ayudan no tienen la culpa del mal que hicieron unos pocos. H *Cineasta