Cuarenta años después de iniciar nuestro modesto proceso autonómico, el 23-A oficial (el único que se manifestó de alguna manera) batió récords de impersonalidad. El presidente Lambán, bien porque creyó que era su deber o porque quiso ir tendiendo puentes con Ciudadanos, obvió toda alusión a los problemas de la Tierra Noble y a sus revindicaciones ante la Administración central: mejor financiación, inversiones, atención a las problemáticas peculiaridades de una comunidad con mucho territorio y poca población... Por el contrario prefirió diluir su discurso en la gran cuestión española y se pronunció de acuerdo con nuestra tradición regional: no somos periferia, somos centro. No me cabe la duda de que una mayoría de mis conciudadanos piensan lo mismo. De hecho, nuestra actualidad lleva meses enfocada hacia las cuestiones y los conflictos nacionales. Lo de aquí, propiamente dicho, tiene poco peso específico. Lo vengo diciendo: ni siquiera producimos noticias escandalosas en estos escandalosos tiempos.

El reflejo de España nos fascina y nos arrebata. Seguimos con pasión las peleas en el seno del PP madrileño. Más todavía la evolución del conflicto en Cataluña, cuya versión secesionista es el blanco de nuestras fobias. La onda expansiva de ambos fenómenos (el de Madrid y el de Barcelona) alcanzará de manera simultánea al electorado aragonés, y ya pocos dudan de que la próxima cita con las urnas (autonómicas y municipales en la próxima primavera) contemplará el retroceso del PP, la emergencia de Cs, y el imparable declinar de las izquierdas, trátese del PSOE, de Podemos, de CHA o de IU, juntos, revueltos, separados o la greña. Se dirá que los resultados son la consecuencia de los fallos o aciertos de Lambán, de Santisteve, de las semidesconocidas jefas de Cs en las Cortes y el Ayuntamiento de Zaragoza, de la alianza entre CHA y los socialistas, del relevo de Echenique por Escartín... Pero no. Lo que determinará en mayor medida ese voto ha de ser el contexto nacional.

Hay que suponer el desasosiego de los dirigentes del PP-Aragón. De alguien tan sensato y trabajador como Beamonte o tan vehemente y ambicioso como Azcón. La ley del bipartidismo les debería situar en estos momentos a tiro de la presidencia del Gobierno aragonés y de la alcaldía de Zaragoza, respectivamente. Sin embargo, las sombras de Cifuentes y Arrimadas se proyectan ominosas sobre su futuro. La incapacidad del tándem Rajoy-Sáenz de Santamaría les afecta como un torpedo en su línea de flotación. Ya pueden esforzarse (el uno elaborando un programa aragonés con ambiciones estratégicas, y el otro machacando sin descanso a ZeC), que a Ciudadanos le bastará con estar ahí y exhibir a sus líderes para conquistar, en mayo del 19, un papel decisivo (aunque no sea mayoritario) en las instituciones aragonesas.

Aragón se diluye en España. Ha ocurrido siempre o casi siempre cuando llegan los momentos cruciales. PAR y CHA, muy disminuidos, ya bailan al son que tocan, en cada caso, PP y PSOE. Pasó el 23-A y ni siquiera hubo que reseñar resaca alguna. Estábamos pendientes de quién será el próximo presidente de Madrid.