Las últimas encuestas de ámbito nacional han venido a sumarse a las de espectro territorial manejadas por los partidos aragoneses. De su entrecruzamiento y/o extrapolación se pueden extraer algunas reflexiones.

La primera de ellas, que en las instituciones relevantes no va a producirse ninguna mayoría absoluta. Lejos quedan aquellos 30 diputados obtenidos por el PSOE o el PP en mejores tiempos (para ellos), que difícilmente volverán. Los dos nuevos y emergentes partidos, Cs y Podemos, han aplicado sendos bocados a las ricas tartas de izquierda y derecha y, como resultado, el pastel del poder se ha dividido en más trozos, disminuyendo de tamaño las porciones correspondientes a cada comensal.

En Aragón, a esos cuatro invitados a las mesas del gobierno hay que añadir los dos representantes del aragonesismo histórico: Partido Aragonés (PAR) y Chunta Aragonesista (CHA). Ambos en un difícil momento, pero depositarios todavía de esencias autonomistas tan a menudo preteridas por el resto de los grupos, no digamos ya por el Gobierno central.

Para superar el declive del voto nacionalista, indirectamente erosionado por la crisis catalana, CHA y PAR no errarían al explorar conjuntamente candidaturas destinadas a conservar la conciencia autonomista y aragonesista en las principales instituciones y gobiernos provinciales y municipales de toda la comunidad aragonesa.

Siguen siendo, desde luego, partidos ideológicamente opuestos, que siempre se han mirado de reojo y con recelo; centrista, liberal y monárquico, el PAR; de izquierdas y republicano CHA. Pero la bandera de Aragón ha ondeado antes sin otros colores que los suyos y en un momento como el actual, con graves amenazas y oscuras voces señalando al Estado de las autonomías, con una tendencia al centralismo territorial asentándose en las directivas de los nuevos partidos, una alianza de este tipo podría servir al conjunto de los aragoneses como garantía de sus señas identitarias. ¿Sucederá? Que yo sepa, ni siquiera se ha planteado, pero desde un análisis externo, desapasionado y práctico, la propuesta de salvar la especie de nuestra política autóctona, nuestro factor, no parece por completo descabellada.

Aunque a menudo, lanzar ideas a la clase política sea como arrojar piedras a cuchara sobre un estanque: tres saltitos y a hundirse. HA