Se ha repetido lo que pasó con Santaliestra: los tribunales han echado abajo el anteproyecto de Biscarrués. Y mientras el Ministerio se emperra en que el dichoso pantano es «irrenunciable», la única alternativa verosímil vuelve a ser la misma que los defensores de la Nueva Política del Agua (NPA) ya plantearon hace lustros y aun decenios: regular por derivación en los propios sistemas de riegos, modernizar los regadíos, analizar el sentido que tiene regar a un coste altísimo campos que producen forrajeras y cereal (a menudo, transgénico). El problema de fondo es que el PSOE, pero todavía más el PP, mantienen como gran argumento programático los más atrasados lugares comunes que pueblan el imaginario aragonés, y ninguno de los dos grandes partidos desea dejarle al otro esa absurda baza: los viejos estereotipos de la Tierra Noble, los sueños, más o menos razonables más o menos monstruosos, producidos en las postrimerías del siglo XIX y los comienzos del XX. Y no aparece otra fuerza política capaz de reprogramarnos. Chunta pudo haberlo logrado, pero no aguantó la tensión. Podemos debería lograrlo ahora, pero su análisis de la realidad es demasiado primitivo. Va a ser difícil que entremos en razón.

Hace poco, un colega madrileño pasó por aquí para preparar un reportaje-informe sobre Aragón. Nos reunimos un rato e intenté explicarle mi visión del país donde nací y donde siempre he vivido, trabajado e imaginado. Somos, como todos los españoles, adictos al victimismo --le dije--, pero en nuestro caso llorar y lamentarnos apenas nos permite obtener alguna cosa, por lo cual acabamos desembocando en el océano de la frustración; es entonces cuando nuestras élites nos conducen a la irracionalidad a través de una identidad falsa que mezcla folclore y baturrismo con todas las fobias y manías características de la España interior.

Pero esto no es todo, pensé luego. También es cierto que en algunas ocasiones emerge otra versión de esta tierra. Por ejemplo cuando en los premios Aragoneses del Año que otorga este diario te tropiezas con empresas nominadas cuya modernidad, capacidad de innovación y creatividad te dejan maravillosamente asombrado. ¡Ah!, pero enseguida descubres que sus promotores, esas personas con visión y audacia, están fuera de los círculos que manejan el poder político y /o fáctico y crean opinión pública. Los verdaderos emprendedores (no los neocaciques que aspiran a seguir mamando del erario por los siglos de los siglos) ni siquiera quieren darse a entender. Permanecen, a lo suyo, en sus pequeños nichos ecológicos, sin salir a la dura estepa. Ellos (y ellas) saben cosas, pero se las guardan. Por si acaso.

Los pantanos son un indicador. No el único, desde luego. Élites y pueblo deambulamos por el siglo XXI sin saber quitarnos de encima fantasmas tan antiguos y fuera de lugar que a vece su nebulosa imagen sólo puede provocar risas. Lo malo es que luego, cuando las administraciones disponen sus presupuestos, esos fantasmas cobran vida y entonces sí que dan miedo. Porque nos joden el presente y nos dejan sin futuro.