Que Aragón y su capital sean hoy una extraña montaña rusa política por donde unos y otros viajan en permanente gresca, dando vueltas y más vueltas sin salir del circuito (¡el bucle!), no tiene nada de particular. En primer lugar porque España es así, a todo lo ancho y lo largo de sus regiones, comunidades, naciones, plazas de soberanía y solares recalificados. Por otro lado, esta Tierra Noble, lleva decenios girando en el tiovivo. Por eso la sensación de estar en un embrollo cada vez más indescifrable se sublima en extravagantes peleas por la presidencia de las Cortes o en el infumable mogollón que hay en el Ayuntamiento de Zaragoza. Que nadie se preocupe, sin embargo: esto lleva años marchando solo, o casi. Estamos bastante bien situados en lo geográfico, seguimos albergando un parque industrial relativamente apañado (casi todo él dependiente de multinacionales o empresas ajenas) y el territorio ha de mantener a pocas personas, por lo que con algo de turismo, agricultura extensiva y algún detalle creativo se va tirando. Aún podemos permitirnos el lujo de andar enredados en esos viejos, recurrentes y absurdos asuntos que a cambio de agitarnos, frustrarnos y cabrearnos nos mantienen entretenidos sin que lleguemos a ocuparnos de aquello que hoy moviliza los esfuerzos de sociedades más avanzadas y preclaras.

A mí, la verdad, quien sea o deje de ser presidente de las Cortes me trae sin cuidado, como a la inmensa mayoría de los aragoneses. Cosculluela es un tipo majo, sereno y educado. Pero prefiere ser alcalde de Barbastro. Él sabrá. Si ahora el PSOE y Podemos se quieren jugar el cargo a los chinos, tal procedimiento me vale como cualquier otro. Lo que estoy esperando (en vano, por supuesto) es que el debate político en Aragón se salga del maldito carril circular y ponga rumbo al futuro. Pero si se trata de andar todo el día a vueltas con los bienes eclesiásticos, y otros temas menores y/o imposibles, mientras se sigue tirando el dinero en apuestas fracasadas hace ya lustros y se obvian los auténticos desafíos estratégicos (económicos, culturales, tecnológicos, ¡identitarios!), no hacemos nada. Y entonces, ¿qué más da si Echenique dio gratis un sillón, cuando ignoraba su valor en el mercado institucional, y ahora intenta recuperarlo por el mismo precio?, ¿qué nos importan los pulsos de Lambán con sus compañeros altoaragoneses?

Y qué decir del Ayuntamiento de Zaragoza. La ciudad es hoy prisionera de un cúmulo de decisiones, apaños (sucios) y acciones equivocadas o mal ejecutadas. Lo cual le viene grande al equipo de gobierno, saboteado además de mala manera por los otros grupos municipales.

No se sabe si esto es la Ínsula Barataria o el llamado Inopia... tan tranquilo y distraído. ¡Ay!