Hubo quienes, llevados quizás por su propio entusiasmo, proclamaron que el problema de Cataluña y la complicada situación creada allí por la intentona secesionsita habría de proporcionarnos alguna ventaja a los aragoneses, porque aquí se refugiarían empresas e inversiones que huyesen de la comunidad vecina. Pero no está siendo así, por supuesto. En realidad nadie va a ganar en este conflicto. Ni Cataluña ni el resto de España.

Portavoces de organizaciones empresariales aragonesas y otras fuentes cualificadas ya han advertido que Aragón empieza a notar las consecuencias de los últimos acontecimientos. Y lo nota en negativo. No cabía esperar otra cosa, porque entre dos territorios tan próximos se han forjado múltiples intereses comunes, empresas conjuntas, flujos comerciales y una espesa red de intercambios que ahora se ven alterados desde una parte, lo cual repercute para mal en el conjunto.

Son muchas las empresas aragonesas que compran y venden en Cataluña, miles las familias de aquí que tienen allí su segunda residencia, centenares los estudiantes que cruzan la invisible y hasta ahora inexistente frontera para acceder a unos u otros centros universitarios, y no pocos los enfermos que tienen su hospital de referencia en la comunidad vecina. Para todos ellos, las tribulaciones actuales solo pueden causar zozobra y perjuicio.