Habría de ser el 2017 un año de especial simbolismo para Aragón por cuanto 1977 supuso el advenimiento democrático que permitió recuperar el aragonesismo políticop sepultado con la sublevación franquista de 1936 y la posterior Dictadura. Con la ley de partidos en la mano, nacieron opciones que defendían una política con identidad propia, recuperando la bandera de mejora de los intereses particulares de Aragón. Comenzó también la redacción de la Constitución que resultaría aprobada al año siguiente, con un reconocimiento explícito aunque asimétrico del hecho autonómico. Han transcurrido desde entonces 40 años, un momento para recordar qué ha supuesto el aragonesismo instalado en el discurso político aragonés.

Hijos de aquel año 1977 fueron, además de los nuevos partidos estatales que protagonizarían la Transición española, los actores locales, agrupados en dos siglas que hoy son solo recuerdo: el Partido Socialista de Aragón (PSA) y la Candidatura Aragonesa Independiente de Centro (CAIC). La primera formación, nucleada en torno a Santiago Marraco y Emilio Gastón, quedaría subsumida parcialmente en el PSOE y otra rama se convertiría en germen para la constitución posterior de Chunta Aragonesista. La segunda, que impulsaron Hipólito Gómez de las Roces e Isaías Zarazaga para concurrir a las elecciones de 1977, daría paso ese mismo año al Partido Aragonés Regionalista (PAR), actor fundamental de la política aragonesa de estas décadas. Así pues, podríamos fijar este año el cuadragésimo aniversario del aragonesismo moderno, y particularmente del PAR, sin que a sus continuadores ni a la opinión pública, parezca importarles demasiado.

El declive progresivo del aragonesismo nucleado en torno a estos partidos se pone de relieve no solo en la paulatina minimización de su presencia en el Gobierno regional (Aragón estuvo presidida por el PAR en dos legislaturas consecutivas entre 1987 y 1993 hasta llegar al escenario actual, con CHA en un departamento de la DGA y el PAR fuera), sino en los datos electorales. Tras mantenerse en el 25% del voto en elecciones regionales, o incluso por encima, PAR y Chunta comenzaron un lento declive en los comicios de 2007 hasta llegar al escuálido 11% y apenas 76.000 votos en la última cita con las urnas en el 2015. Similar trayectoria se observa en las elecciones locales, donde los dos partidos aragonesistas obtienen más visibilidad porque mantienen candidatos con cierto tirón popular y logran alianzas clave con partidos dominantes para retener alcaldías, concejalías clave o consejerías comarcales.

No es el agotamiento del aragonesismo un fenómeno nuevo, pero sí insuficientemente analizado, tanto en sus causas como en sus consecuencias. En la precampaña de las elecciones de hace dos años me aventuré a vaticinar que este desfallecimiento en un contexto en el que las grandes decisiones políticas se tomaban en espacios alejados del votante, y con criterios incomprensibles para él, terminaría por traducirse en una notable merma en el número de representantes que obtendrían y en un colapso de la gobernabilidad, como así viene siendo.

«PAR y CHA lo tienen muy difícil, --decía en ese artículo de abril del 2015-- pues no parece tarea sencilla la reformulación del aragonesismo superados los clásicos ejes de la política española (izquierda-derecha, centro-periferia...). Desde el Estatuto de 1982 --otra efemérides de este año, los 35 años del primer Estatuto y los diez del reformado en el 2007--, todas las coaliciones que han permitido la gobernabilidad de las principales instituciones aragonesas han pasado por acuerdos con uno de los partidos territoriales, o con los dos. ¿Qué ocurrirá si PAR y CHA dejan de ser decisivos? La primera consecuencia será que el languidecimiento del aragonesismo se agudizará de manera muy notable. Y en segundo término que la conformación de gobiernos vía pactos será mucho más calamitosa e inestable. Sobre todo en un año en el que además se celebrarán unas elecciones generales que pueden dejar muy tocada también la gobernabilidad del conjunto del Estado».

Irregularmente, el único partido que ha abrazado en esta legislatura algunos dogmas del aragonesismo ha sido el PSOE de Javier Lambán, pero con mucho efectismo y poca efectividad. Con sus aciertos y sus errores, con sus excesos y sus defectos, los valores diferenciales positivos que han defendido PAR y CHA para la política aragonesa merecen ser vindicados y aplicados por el conjunto para seguir dando acento propio a una política autonómica hueca de discurso y de identidad, apagado como está el nacionalismo por los excesos de nuestros histriónicos vecinos catalanes.

*Director de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN