Hubo un tiempo, allá por fines de la Edad Media, en el que el número de habitantes del reino de Aragón era muy similar al del principado Cataluña o al del reino de Valencia. Pero diversas decisiones político-económicas centralizadoras, que comenzaron tibiamente con los Austrias en el siglo XVI, se incrementaron con los Borbones en el XVIII y se ampliaron durante el franquismo a mediados del XX, han condicionado de tal modo la estructura demográfica de España que buena parte de las tierras del interior peninsular andan camino de convertirse en un desierto. Casi despoblados, envejecidos y silenciados, muchos pueblos aragoneses se resisten a desaparecer y luchan en solitario y con escasas fuerzas para seguir manteniendo encendidos los fuegos de sus hogares. Este es el caso de Aranda de Moncayo (por allí entró en Aragón, procedente de Castilla, el rey Carlos I en 1518), que tuvo una población en torno a los 1.000 habitantes a comienzos del siglo XVI, la mitad cristianos y la otra mitad mudéjares, llegó a casi 1.400 a mediados del siglo XIX, para caer a los 538 en 1970 y disminuir hasta los 170 actuales. La densidad demográfica de esa zona, a una hora de Zaragoza, es de 2 habitantes por kilómetro cuadrado, similar a la del desierto del Sahara. Los últimos 20 kilómetros de la carretera que comunica a Aranda con la autovía de Madrid son impropios de un país medianamente desarrollado. Hace una semana, en Aranda se ha inaugurado un pequeño pero muy digno centro museístico dedicado a la cultura celtibérica. Ubicada en un fantástico emplazamiento en el grandioso paisaje natural del sur del Moncayo, la villa de Aranda alberga en su término municipal un riquísimo patrimonio arqueológico que ahora se explica en su museo. Frente al pueblo actual se alza un cerro pedregoso donde hace más de dos mil años se ubicaba la ciudad celtíbera de Aratis (o Aratikos), que llegó a acuñar moneda propia y que ha proporcionado una gran cantidad de piezas arqueológicas, entre otras la extraordinaria colección de cascos de guerreros celtíberos expoliados por excavadores clandestinos sin escrúpulos que circulan todavía por los juzgados. El ayuntamiento de Aranda, encabezado por María del Rosario Cabrera, una mujer que ama a su pueblo y a su historia, anda peleando para que no desaparezca, y para que el patrimonio histórico torne a ser un bien para disfrute de todos. Aranda resiste. Visiten la villa y su museo, y disfruten. Escritor e historiador