En un futuro ya muy próximo, mucho de lo que ahora conocemos habrá cambiado o desaparecido; gran parte de las profesiones y puestos de trabajo actuales serán sustituidas por máquinas robotizadas y artefactos automatizados, lo que requerirá un decisivo esfuerzo de adaptación. Sin embargo, algo tiene garantizada la permanencia: nunca se desvanecerá el sentido humano de la existencia. Por ello las disciplinas centradas en el hombre y las artes adquieren una entidad trascendental.

En Madrid se está llevando a cabo una importante labor para la implantación en la escuela de diferentes disciplinas artísticas, merced a unos docentes comprometidos en el desarrollo de toda la creatividad presente en las aulas. Las diversas actividades tienen algo en común: voluntariedad y estímulo. Como fecundo resultado, los alumnos tienen la oportunidad de exteriorizar sus aptitudes hasta el punto de sentir la escuela no solo como un lugar de formación, sino como un privilegio que les permite la plena expresión de sus facultades.

No hace mucho tiempo, estaba muy generalizada la opinión de que los españoles éramos negados para los idiomas, deficiencia achacada a que un notable sector del profesorado había recibido, a su vez, una preparación insuficiente. La música, la danza o el teatro han padecido hasta hoy mismo una exclusión con efectos paralelos a la penuria idiomática, pues estas actividades solo encajaban, con suerte, fuera del horario lectivo. Las cosas pueden cambiar, deben cambiar. Están cambiando. Y así se abre un camino fértil y prometedor a ambos lados del escenario, tanto para quienes actúan como para un público culto capaz de apreciar lo que se le ofrece. Un puntal sólido en el que apoyarnos cuando todo lo que nos rodee pertenezca al orbe mecanicista.

*Escritora