El valor del deporte como vehículo transmisor de valores en edad formativa es algo que nadie discute. El esfuerzo, la superación, el trabajo en equipo o el respeto a los demás son argumentos sólidos para apoyar la práctica deportiva entre los niños. Más allá, por supuesto, del resultado, algo de poca trascendencia cuando se trata tanto de iniciar a un menor en la actividad física -con el sentido lúdico de disfrutar del juego- como de fomentar una socialización idónea. Son los parámetros habituales del deporte formativo, pero también conviven con sucesos negros como el que se vivió el domingo en Mallorca. Un partido de fútbol de infantiles acabó en una batalla campal, con heridos y denuncias posteriores, entre algunos padres y familiares. La visión del vídeo provoca tanta repulsa como incredulidad. El asunto ha tenido gran repercusión y la Delegación del Gobierno abrirá un expediente que puede concluir con una elevada sanción administrativa para los implicados.

Multas al margen, unos hechos que no son aislados revelan la necesidad de impulsar desde instituciones y federaciones una cultura deportiva que, en primer lugar, expulse de los campos de juego a quien manifieste -sea un joven deportista, entrenador o familiar- una actitud violenta o inadecuada. Ha llegado el momento en que se fomente entre los niños el fair play y la deportividad y que el ganar o perder quede de lado.

Cuando se cumplía un año del brutal atentado en el aeropuerto de Bruselas en el que 35 personas perdieron la vida, el terrorismo se cebaba en otra capital europea, en este caso en Londres, delante de un lugar tan simbólico de la democracia parlamentaria como es el palacio de Westminster, sede de la Cámara de los Comunes y la de los Lores. En esta ocasión, el terrorista no ha necesitado explosivos. Le ha bastado con un vehículo familiar -ni siquiera un camión como en los trágicos atentados de Niza o Berlín-, y un cuchillo para sembrar la muerte con el resultado de cuatro fallecidos (uno de ellos, el presunto agresor) y al menos 20 heridos. El atentado se produce horas después de que el Gobierno británico, junto con el de EEUU, decretara la prohibición de llevar aparatos electrónicos como portátiles o tabletas en cabina a los pasajeros en vuelo directo desde una serie de países de mayoría musulmana.

Lo ocurrido a los pies del Big Ben indica que por mucha normativa, el terrorismo encontrará siempre la forma de orillarla, y además, como han demostrado otros ataques en suelo europeo, el terrorista no necesita viajar. Tantas veces es tan europeo como cualquiera. Ello no significa que el miedo se apodere de nosotros. La mejor arma para combatirlo es la información, unas fuerzas de seguridad competentes que dispongan de todos los medios necesarios y la defensa de nuestros valores.