A nada que uno consuma información de forma regular, podrá considerarse víctima de pleno derecho del empacho de noticias, entrevistas y demás géneros periodísticos a los que dan pie las inminentes elecciones catalanas. Prueben estos próximos días a, por ejemplo, sintonizar una emisora de radio de ámbito nacional y comprobarán que la posibilidad de toparse con el testimonio de alguno de los candidatos en esos comicios roza el pleno. Nada que objetar, por supuesto, ni al criterio profesional de los colegas al mando de esas y otras redacciones, ni a la importancia que para la vida política de este país tiene lo que ocurre en Cataluña. Sin embargo, la abrumadora presencia en los medios de Mas, Romeva, Junqueras, Iceta, García Albiol y demás actores de lo que se ha dado en llamar cuestión catalana, revela una evidente distorsión que, como se sabe, trasciende el ámbito informativo. Dando por hecho que demográfica y económicamente no son lo mismo, no cuesta nada imaginar qué tratamiento recibirían en el resto de España las elecciones autonómicas en Aragón, si estas se celebrasen en solitario. Pero el nacionalismo, mutado ahora en independentismo, lleva años condicionando en demasía otros aspectos de la escena política en España. Ocurre cuando la cuestión vecina deriva en agravios intolerables para otras comunidades, de lo que son muestra, legislatura tras legislatura, los Presupuestos Generales del Estado. Si, además, algún iluminado se nos pone anexionista, el atracón es ya para vomitar. Periodista