Hay que dar facilidades: parece ser que a los empleadores les gustaría que en caso de contratar a alguien, (a) el despido pudiera ser fácil, cómodo y, a ser posible, gratis. (b) También les gustaría que los salarios fueran bien ajustados, aunque también, si se puede, (c) que los obreros trabajasen gratis. Todavía mejor: (d) que en lugar de recibir emolumentos fueran ellos quienes pagasen a los patronos, a cambio del privilegio de poder trabajar. Se sabe que el trabajo reconocido es un bien escaso. Por supuesto, (e) que no hubiera limitaciones de horarios. Ni de días. Que se trabajase de sol a sol, a destajo obligatorio y sin otras vacaciones que las indispensables para recuperar fuerzas; y (f) que les permitieran algún que otro capricho: derechos de pernada, dejarse pegar, o prestarles a la familia y a los hijos para toda clase de servicios.

El problema es que ni aún así hay garantías de que quisieran contratar. He descrito un panorama que va desde la esclavitud completa hasta el capitalismo de mercado puro, pasando por el modelo feudal. Y parece que, aunque se aceptara todo, en el liberalismo económico sin límites, seguirían pidiendo más: con un sistema jurídico apropiado, un buen entramado de burocracia y buena policía, para proteger a los contratantes de cualquier huelga o protesta, aparecerían "los mercados" (así, en plural) y pedirían más. Los mercados son esa institución misteriosa, que manda desde el Norte (aunque tampoco se satisface con el Norte) y no se conforma con nada, siempre que lo pueda conseguir. Así que querrían más. ¿Qué más? No lo sabemos o no lo queremos decir hasta después de las próximas elecciones; pero más, mucho más. Todavía se puede conseguir que no haya seguros para los parados, que bajen las pensiones y que se privatice la educación y la sanidad. ¿Se conformarían con esto? Los mercados no, iría contra su naturaleza

Esto lo escribo con mucho amor. Ya saben que las cositas del amor requieren su poquito de exageración; pero es que cuando se han ganado unas elecciones con mayoría absoluta y se reciben presiones de los mercados para reformar rápido y ejecutar todavía más rápido, y las presiones coinciden con la ideología, la tentación de legislar medidas laborales, económicas y fiscales con su poquito de exageración es una tentación que no se puede evitar. Especialmente si nadie te dice que estás exagerando.

Ahí está lo malo, que siempre aparece algún resentido de entre los perdedores que te lo dice. Estás exagerando. Estáis exagerando. No nos gusta y nos podríamos enfadar. Es un decir, perdonen ustedes, ya sabemos que esas cosas no se pueden decir. Podríamos perder el empleo, ahora que tan fácil está perderlo. No lo tengan en cuenta. Como si no lo hubiéramos dicho nunca. Era un decir señorito, que no queremos atentar contra la paz social. No diremos nada. Faltaría más.

Pero, caramba, los obreros andan con más miedo que alma que lleva el diablo, y los mercados quieren más. Y todos esperando a ver cuál es la próxima que nos va a caer. ¿Qué más? Pues como todo es mejorable, todavía se podrían prohibir los sindicatos, y el derecho de asociación, y la libertad de expresión (aunque habría que quitar también la Constitución). Lo que pasa por aquellos libertinajes de la transición política, ahora hay que cambiarlo todo, y todo por culpa de Zapatero. Oiga, ¿nos van a prohibir sembrar perejil en la maceta de la ventana? Todo se andará.

Y conste que lo escribo con mucho amor.

Con todo, soy optimista a corto plazo. No porque tenga confianza en lo que pueda hacer el actual gobierno, sino porque cuando el viento sopla fuerte en una dirección resulta fácil, incluso inevitable, dejar que te lleve. Y el viento que va a llegar va en la dirección del crecimiento industrial. Es presumible que lo beneficioso de los crecimientos de Estados Unidos, América Latina y de China, entre otros, lleguen pronto a España.