No está muy claro si los resultados del 21-D dan bueno, malo o regular juego; si la peor consecuencia de aquella cita con las urnas fue la victoria independentista (porque, ¡ay, amigos!, los de la cáscara amarga salieron muy bien librados el envite) o el hecho dramático (aunque muchos medios y comentaristas hayan decidido ignorarlo) de que el partido que aún gobierna España quedase literalmente barrido de Cataluña. Lo que se dibujó con bastante nitidez fue el aumento de las diferencias políticas entre territorios. El PP, por ejemplo, ya no está ni en Cataluña ni en el País Vasco, su presencia en Andalucía sigue siendo relativa y retrocede en otros ámbitos periféricos (en Navarra hace tiempo que cedió su lugar a UPN). ¿Es posible sostenerse en el Ejecutivo central, con una implantación geográfica tan dispar? Mmm...

Algunos lo ven más claro: lo que ha ocurrido simplemente es que el PP ha sido desplazado por Ciudadanos en Cataluña, y tal fenómeno se extenderá de manera inevitable al resto de España (en particular de la España más urbana y dinámica), configurando una nueva correlación en el conjunto del país. El momento de la verdad llegará dentro de año y medio, cuando se convoquen nuevas elecciones autonómicas (en la mayoría de las comunidades) y municipales. Y la suerte ya puede estar echada. O no, advierten los más cautos. Porque el ejercicio del 2018 será largo, complicado y lleno de sorpresas que ahora no cabe prever pero que podrían alterar la situación de manera sustancial. Va todo tan deprisa y tan fluido, que dar por sentado lo que pueda ocurrir de aquí a unos pocos meses es misión imposible. El PP se esfuerza por sumar errores de gestión, torpezas, fallos elementales en su política de comunicación y esa especie de renuncia sistemática a entender la realidad. Pero Rajoy tiene acreditadas dos habilidades: conseguir que se le permitan cosas que a cualquier otro le costarían muy caras y fingir que no hay más opción que él o el caos.

Sí: año y medio es mucho tiempo. Pero yo no esperaría milagros.